Aparición del apóstol San Pedro a San Pedro Nolasco
1629, óleo sobre lienzo: 1´79 x 2´23 mts.
Museo del Prado.
1629, óleo sobre lienzo: 1´79 x 2´23 mts.
Museo del Prado.
Los días que pasé con una prima que yo tenía en Madrid fueron días de saco. En él fui metiendo lo mucho que aprendí y viví entre calor, una luz distinta y razas, pintas, gentes y viajes en metro. Una mañana o una tarde, no recuerdo, pero, eso sí, muy similar a esta visité el Museo del Prado. Allí contemplo ahora al cerrar los ojos mucha gente, amplias salas y poco tiempo. O mucha prisa. Más y mejor recuerdo del Reina Sofía pero eso es otra historia.
Del Prado me llamó la atención lo que a los ignorantes en la materia como yo, nos llama la atención: las grandes obras. Aquellas que sabemos que lo son porque se reproducen en libros de texto, paneles publicitarios o postales de recuerdo. Al resto, como las campañas publicitarias no le dan cancha, no le presté más atención que la que se dispensa en los descartes: esta no, esta tampoco... Así hasta dar con una cuyo nombre me sonase. Pero con el tiempo, y sin negar el valor de aquellas obras que buscaba, empieza a florecer extrañamente en el recuerdo una serie de obras mucho más ignoradas. La aparición del apóstol san Pedro a san Pedro Nolasco, de Zurbarán es una de ellas. No le presté especial atención entonces, contaminado como estaba, por las obras famosas. Esta, de hecho, estaba haciendo esquina y, aunque grande, nunca antes la había visto pero tal vez por eso todo lo tenía aún virgen. Me sorprendió porque no la entendí de primeras; un Cristo boca abajo, una luz con la extraña capacidad de sujetar su peso y un dominico arrodillado. Eso de primeras. En detalle, un Cristo de pelo corto y sin herida en el costado. Con los años y menos prisa, descubrí el error de mi ignorancia. Entre otras cosas, san Pedro Nolasco era mercedario, no dominico y, como eso todo. Ahora, gracias a la web del propio Museo (que copio y pego) sé lo siguiente:
Del Prado me llamó la atención lo que a los ignorantes en la materia como yo, nos llama la atención: las grandes obras. Aquellas que sabemos que lo son porque se reproducen en libros de texto, paneles publicitarios o postales de recuerdo. Al resto, como las campañas publicitarias no le dan cancha, no le presté más atención que la que se dispensa en los descartes: esta no, esta tampoco... Así hasta dar con una cuyo nombre me sonase. Pero con el tiempo, y sin negar el valor de aquellas obras que buscaba, empieza a florecer extrañamente en el recuerdo una serie de obras mucho más ignoradas. La aparición del apóstol san Pedro a san Pedro Nolasco, de Zurbarán es una de ellas. No le presté especial atención entonces, contaminado como estaba, por las obras famosas. Esta, de hecho, estaba haciendo esquina y, aunque grande, nunca antes la había visto pero tal vez por eso todo lo tenía aún virgen. Me sorprendió porque no la entendí de primeras; un Cristo boca abajo, una luz con la extraña capacidad de sujetar su peso y un dominico arrodillado. Eso de primeras. En detalle, un Cristo de pelo corto y sin herida en el costado. Con los años y menos prisa, descubrí el error de mi ignorancia. Entre otras cosas, san Pedro Nolasco era mercedario, no dominico y, como eso todo. Ahora, gracias a la web del propio Museo (que copio y pego) sé lo siguiente:
El desarrollo de la obra pictórica de Francisco de Zurbarán estuvo esencialmente centrado en representar el mundo religioso de las diversas órdenes monacales.
En el año 1628, Zurbarán recibió un encargo para decorar el claustro del convento de la Merced Calzada de Sevilla; se trataba de pintar una serie de obras con las historias de la vida de San Pedro Nolasco, fundador de la orden. Los dos lienzos de este ciclo que se conservan en el Museo del Prado son la "Aparición del apóstol San Pedro" y la "Visión de San Pedro Nolasco".
Pedro Nolasco, oriundo de la ciudad de Carcasone, vivió desde finales del siglo XII hasta mediados del siglo XIII. Su vida intensa lo llevó a participar en la cruzada contra los albigenses y, posteriormente, a ofrecer sus servicios al rey Jaime I de Aragón. En Barcelona fundó una orden religiosa, la de los Mercedarios, bajo la advocación de la Virgen de la Merced. Esta orden estaba dedicada, en sus comienzos, a la liberación de los cristianos que habían sido hechos prisioneros por los moros durante la época de la Reconquista.
Su máxima aspiración era viajar a Roma para poder visitar la tumba del apóstol San Pedro. Como el tiempo transcurría y su deseo no era satisfecho, el propio apóstol se le presentó en su celda bajo la aparición del martirio que sufrió en vida, es decir, crucificado hacia abajo. En otra ocasión tuvo en sueños la visión de la "Jerusalen Celeste".
Zurbarán para representar la Aparición de San Pedro excluye cualquier elemento que pueda distraer la atención del espectador. El esquema compositivo está centrado solamente en los dos personajes: el apóstol y el santo. Ambos están completamente iluminados; el resto del espacio queda vacío en la penumbra. La iluminación proviene del prodigio acaecido: es una luz cálida que baña la escena de las dos figuras. Esta luz difusa le permite recrearse en las calidades táctiles de los tejidos, tanto en el hábito admirable que viste el fraile como en el paño de pureza del apóstol.
En esta escena silenciosa, la actitud respetuosa y de asombro del santo arrodillado contrasta con la postura tensa e insólita del apóstol en su martirio.
Ojalá hubiera sabido cosas como estas entonces. Qué diferencia a la hora de mirar ese cuadro si se sabe eso. Pero como entre lo humano y lo divino no hay tanta distancia, las críticas, los cotilleos, los fallos resaltados, también me hubiera gustado conocerlos. Como entonces no pudo ser, me conformo con saberlo ahora:
De nuevo es necesario señalar que el pintor comete errores estructurales, en cuanto a la perspectiva, y que los soluciona con una cortina de nubes.
Grande hasta por cómo corrige. Equilibrio entre lo humano y lo divino. Pinceladas.