Callad, sarga y raso de una vez que suene la voz del cartón al que no le cupo nunca mejor badana que las ideas. Callad de una vez que no recuerdo golpe mejor que los empujones de esta Semana Santa rara que he vivido. Callad porque un brochazo azul os pintó y yo no encuentro la salida. Callad, por favor, callad. Hacedme ese favor hoy y descansad. No atormentéis el rincón. Sois la herida y la fotografía del héroe muerto, el pecho descubierto; así que callad. Dejad que ahora uno aprenda solo lo que otros debieron de ocultar, Amarrad las inquietudes que la pena es grande.
Callad, sarga y raso a los que os ciñe hoy un día señalado en el calendario. Callad y dejaos hacer. O ayudadme a comprender. Sed mi Navidad y mi mano grande que aún huelo en la calle del General Tamayo cuando no la tengo a ella ni le tengo a él. Callad hoy y ayudadme a ser otra mano cuando precisamente él se quedó en casa. Calla, sarga, que verte hoy es recorrer el largo pasillo de la extraña luz. Calla y ayúdame a encontrar los cierros de la ventana que se me quedó abierta el Jueves Santo. Tú, sarga, sabes de estas cosas y entiendes que hasta que no llega el último no estamos todos. ¿Cómo lo vamos a hacer este año?
No puedo llamar y bajo la alfombra están escondidas las voces. Callad y dejadme que escuche. Dejadme, al menos, que lo intente, y pueda adivinar un verso que ancle el globo al mar y el viento sólo golpee sin manos las mías despistadas y torpes. Callad y entrad sin hacer ruido. Y tú, raso, quédate donde estás. Y calla para que pueda escuchar las pisadas diferentes. Las pisadas que no escuché y las que creí adivinar en barrios que no son los míos, en distancias que no sabía recorrer.
Se me fueron a otro sitio aquellas noches y la broma ya no hace gracia. Algo pasa, sarga, que ya nada es como era y no sé si quiero estar aquí para verlo. ¿Sabes tú acaso si la memoria sopló con fuerza y lo que viví voló en el taller entre la viruta del tallista? Las cortinas son más el polvo y su recuerdo que su función y el Sábado Santo las flores siguieron oliendo a muerte en todos los patios del mundo aunque no hubiera humedad en los dedos. Nada hacía presagiar por el Cubo la triste mañana. No teníamos los argumentos suficientes ni los andamios de luz con los que esperar a mañana.
Ay, sarga y raso que ya no bajáis las escaleras. Yo ahora ando solo detrás de un manto con un frío que hace crecer las palabras. Por eso busco el calor del patio de luces en el que los niños antiguos jugaban al ajedrez mientras las cosas le iban sucediendo a esta Semana Santa de gente en la calle. Cosas que han pasado, que se han quedado por el camino, que se las ha llevado el Poniente, que se han detenido junto a nosotros, que nos han burlado en una esquina, con las que hemos tropezado o que nos han puesto la zancadilla, que se han despertado con nuestro mismo sol o se han dormido con nuestras mismas nanas soñando nuestras mismas cofradías pero, os lo vuelvo a decir, sarga y raso, que me han dejado sin papel sobre el que escribir, sin columnas para mi patio, así que callad. Callad y dejad que el tiempo amarillee la retina. Así podremos engañarnos y terminaremos acostumbrándonos a que hemos crecido.
Callad, sarga y raso a los que os ciñe hoy un día señalado en el calendario. Callad y dejaos hacer. O ayudadme a comprender. Sed mi Navidad y mi mano grande que aún huelo en la calle del General Tamayo cuando no la tengo a ella ni le tengo a él. Callad hoy y ayudadme a ser otra mano cuando precisamente él se quedó en casa. Calla, sarga, que verte hoy es recorrer el largo pasillo de la extraña luz. Calla y ayúdame a encontrar los cierros de la ventana que se me quedó abierta el Jueves Santo. Tú, sarga, sabes de estas cosas y entiendes que hasta que no llega el último no estamos todos. ¿Cómo lo vamos a hacer este año?
No puedo llamar y bajo la alfombra están escondidas las voces. Callad y dejadme que escuche. Dejadme, al menos, que lo intente, y pueda adivinar un verso que ancle el globo al mar y el viento sólo golpee sin manos las mías despistadas y torpes. Callad y entrad sin hacer ruido. Y tú, raso, quédate donde estás. Y calla para que pueda escuchar las pisadas diferentes. Las pisadas que no escuché y las que creí adivinar en barrios que no son los míos, en distancias que no sabía recorrer.
Se me fueron a otro sitio aquellas noches y la broma ya no hace gracia. Algo pasa, sarga, que ya nada es como era y no sé si quiero estar aquí para verlo. ¿Sabes tú acaso si la memoria sopló con fuerza y lo que viví voló en el taller entre la viruta del tallista? Las cortinas son más el polvo y su recuerdo que su función y el Sábado Santo las flores siguieron oliendo a muerte en todos los patios del mundo aunque no hubiera humedad en los dedos. Nada hacía presagiar por el Cubo la triste mañana. No teníamos los argumentos suficientes ni los andamios de luz con los que esperar a mañana.
Ay, sarga y raso que ya no bajáis las escaleras. Yo ahora ando solo detrás de un manto con un frío que hace crecer las palabras. Por eso busco el calor del patio de luces en el que los niños antiguos jugaban al ajedrez mientras las cosas le iban sucediendo a esta Semana Santa de gente en la calle. Cosas que han pasado, que se han quedado por el camino, que se las ha llevado el Poniente, que se han detenido junto a nosotros, que nos han burlado en una esquina, con las que hemos tropezado o que nos han puesto la zancadilla, que se han despertado con nuestro mismo sol o se han dormido con nuestras mismas nanas soñando nuestras mismas cofradías pero, os lo vuelvo a decir, sarga y raso, que me han dejado sin papel sobre el que escribir, sin columnas para mi patio, así que callad. Callad y dejad que el tiempo amarillee la retina. Así podremos engañarnos y terminaremos acostumbrándonos a que hemos crecido.