6 de marzo de 2006

La tertulia

Un café (o lo que sea) es el pretexto para estar cerca de un altar de Manuel Palomino y desplegar sobre la mesa todas las artes de un arte tan antiguo como placentero. Este arte cordial, ácido, agudo, tedioso y tantas otras cosas a la la vez (según los interlocutores) se presta a ser excusa en tarde de lluvia. O al revés. Un tema (no descubro nada) te lleva a otro y a otro, y a otro... y las tertulias en tarde de lluvia son tan interesantes que hasta las gotas se pelean por participar; se estrellan contra los cristales en un afán por sentirse parte de y no sólo provocadoras. Resbalan por ellos impotentes y envidiosas.

Este sábado, en Sevilla, fluyó el arte de la tertulia en tarde de besamanos. Pepe Castroviejo y Alfonso Valverde contextualizados en la salsa de sus cosas y las obras eternas. Mi compadre José María Martínez y uno que suscribe, aportando la disidencia patria. Y, por último, ese rostro antiguo de paso de misterio calcado por Andalucía: Miguel, del que dicen los que viven cerca de la iglesia de Santiago, que es una de esas personas de las que sólo hace falta saber el nombre. Se habló de Gómez-Zarzuela y mucha música, de las Cigarreras, de los insondables misterios de la Estrella y de Sevilla. Mientras llovía. Se bebió con la moderación de quien no tiene prisa y se habló con la certeza de que allí se decía todo. Ya se echa de menos.