Tiene Alfonso VII unas vistas con forma de calle antigua de Almería que atravesarla es dar las cabriolas de un caballo que antaño la debió recorrer. Es una calle mutilada de alguna guerra. Muy digna aunque olvidada, eso sí. Quizá se lleva mejor la decadencia porque no se ha perdido la cabeza. Ahí se mantiene en su pretendida dignidad. Antes sin los escalones de ahora y con cuesta aunque cuesta lo mismo alcanzar la gloria de su escalada antes que ahora. Allí, la Puerta de los Perdones por la que otrora se accedía de manera principal a una Catedral de escasa luminosidad y, por pares, casas de planta baja que paren vecinos. No hay rejas inventadas ni más escalones para el acceso porque en las fotos antiguas todo es más fácil. Todo menos la vida de algunos de los que salen en ellas. Seguro.
Menos mal que la calle de la Reina y la arbolada plaza del General Castaños son las piernas por las que se desahoga el trasiego inexistente. Porque son antiguas. Y por ninguna cojea. Con la firmeza de la historia se afianza sobre ambas con el aparente esfuerzo de quien mantiene un delicado equilibrio. Porque la de Alfonso VII, como digo, es la calle de un mutilado de guerra. Con un solo brazo. El que da a Ciprés o a Serrano o, mejor dicho, a la esquina de ambas calles. Muy cerca de una cerería por la que algunos nunca perdieron la Esperanza y que ahora es alimento de besos furtivos. Lástima que la calle se sienta huérfana de cofradías porque no le caben por la vida. La solución bien pudiera ser el trasiego de algún traslado, rosario o Vía+Crucis. Mientras, se tendrá que conformar con ser testigo de lo que otras calles le cuenten, por las que se enterará, de oidas, de la gloria de figurar en el itinerario de una cofradía. Y escuchar entonces aquello del pregón callejero y espontáneo de: "va por Alfonso VII".
Menos mal que la calle de la Reina y la arbolada plaza del General Castaños son las piernas por las que se desahoga el trasiego inexistente. Porque son antiguas. Y por ninguna cojea. Con la firmeza de la historia se afianza sobre ambas con el aparente esfuerzo de quien mantiene un delicado equilibrio. Porque la de Alfonso VII, como digo, es la calle de un mutilado de guerra. Con un solo brazo. El que da a Ciprés o a Serrano o, mejor dicho, a la esquina de ambas calles. Muy cerca de una cerería por la que algunos nunca perdieron la Esperanza y que ahora es alimento de besos furtivos. Lástima que la calle se sienta huérfana de cofradías porque no le caben por la vida. La solución bien pudiera ser el trasiego de algún traslado, rosario o Vía+Crucis. Mientras, se tendrá que conformar con ser testigo de lo que otras calles le cuenten, por las que se enterará, de oidas, de la gloria de figurar en el itinerario de una cofradía. Y escuchar entonces aquello del pregón callejero y espontáneo de: "va por Alfonso VII".