
Si en algo se agradece ver cofradías fuera de los puntos habituales del interés turístico comarcal es que los prebostes no andan tan preocupados por gustar y es entonces cuando, realmente, lo hacen. En esta esquina estratégicamente desapercibida -al menos por ahora- no se ralentiza el cortejo y la dictadura costalera no impone aún sus pésimos gustos. Así se dan circunstancias envidiables y admirables como son historia, entorno, ritmo (de paso) y gusto en el repertorio que hacen que, como cada Martes Santo, se me pueda encontrar en la esquina de María Guerrero con Granada.