28 de octubre de 2006

La devoción y la envidia

Morir... ¿Caer como gota
de mar en el mar inmenso?
¿O ser lo que nunca he sido;
uno, sin sombra y sin sueño,
un solitario que avanza
sin camino y sin espejo?
Antonio Machado

Con el cambio de hora de esta madrugada vendrán los rápidos atardeceres que son las frías vísperas de la insolencia hecha relevo en tardes de Cuaresma. Porque mientras unos ahogan la envidia, hay quien presume, alardea y por Almería se pasea con la cabeza bien alta porque, señores, no nos envidia a nadie. Sólo así se entiende que a uno le dediquen una entrada en un blog - o una bitácora, como prefieran- y le dé la espalda. No le interesa. La insolencia es una credencial para sacar pasos que te la da haberte comido un lomo tras otro con el Valle. O haber sido tocado por la huella de la dinastía de los Ariza. O tocarle los cojones a media Almería por no dejar que se bajen comensales el Domingo de Ramos para aliviar el peso y no arrastrar los zancos por Ricardos como ocurría antes y aún sueñan los nostálgicos trasnochados de nuestra Semana Santa. Así es como, en el viciado mundo del costal almeriense, todos los que no saben hacer las cosas como él tienen envidia. Y se agarran a la única astilla que les queda del barco a flote: la devoción. Mientras él está disfrutando, aprendiendo y haciendo las cosas bien, los envidiosos se quedan aquí tostándose garbanzos en el ombligo. Porque R. Alejandro Torres y, obviamente, Muñoz no tiene la devoción en los labios de los envidiosos. Él no necesita astillas en su naufragio. Si toca hundirse, será el último en abandonar el barco. Y si otras veces dicen que no fue así, omitieron los necios que fue porque el barco zarpó sin esperarle.

Mientras él trabaja con Pepe Luna, o con el apellido que más pasos ha sacado y sacará hasta el fin de los días o hasta que la la esterilidad del último descendiente desencadene la tragedia, o con su admirado M. Flores apodado El Tri en los círculos iniciados, otros se quedan aquí porque no dan más de si. Porque sólo tienen devoción. Y, entre tanto, camino del triste ensayo, van dando forma a los fantasmas despertados por sus capataces: que si la gente como R. Alejandro no tiene devoción... Que si acuden a Sevilla a sacar los pasos que los sevillanos no quieren sacar... Que si esto... Que si lo otro... Y van alegrándose la noche mientras se les agría la leche del desayuno de mañana. Entonces se acuestan felices, engañados pero felices tras no haber ensayado o haberle dicho a su capataz que bajara el paso 12 veces, 12. A esa hora R. Alejandro está paseando con su novia. No puede hacer nada para evitar que le tengan envidia. Le pasa como al jugador de turno, de la Primera división, bueno, de calidad y trabajador, al que todos los de la Regional Preferente envidian por cómo vive, juega, cobra, folla y se divierte cuando, en realidad, lo que les ocurre es que ellos ni viven ni juegan ni cobran ni follan ni se divierten como él. Ahí está la clave, la diferencia entre uno y otros. Y todo porque si sólo la mitad del tiempo que emplean en maldecir al otro la empleasen en prosperar, algo de provecho sacarían. Pero eso sería ir contra el mundo y más en esta obsoleta, pronvinciana y decimonónica Almería. Ya lo dijo San Agustín: cuanto mejor es el bueno, tanto más molesto es para el malo. Ahora sólo falta escuchar/identificar a los que se quejan.