Con la salida de la Virgen del Rosario, atípica en su blanca presencia por las oscuras calles que conducen a la Catedral se abre un ciclo que completarán los Belenes y serán las vísperas frías de los difuntos.
Ayer, con la salida de la Virgen del Rosario pude saber del sabor tan antiguo de sus salomónicos candeleros. Todo anoche fue parecido al regusto que deja la gloria; a la gloria decimonónica que a veces de la Virgen del Rosario le da por regalarnos. ¿Se imaginan el color repentinamente familiar que ayer inundó las calles que empezaban a llenarse de noche para recibir a la Virgen del Rosario? Ayer la dolorosa continuista e insaciable buscadora de estrellas se inventó distinta para la ocasión, dando damasco por terciopelo y la cara por los bordados de Fernández y Enríquez. Se recogió el manto como no acostumbramos a ver y salió, de blanco, a celebrar gozosa los misterios del día. El primero, como casi todos los demás, expresado musicalmente en forma de marcha y, después, de oración. La noche llenó el barrio de vecinos. La Virgen del Rosario los cobijó. Fue un tiempo de lejanías reducido a un par de horas. Almería en forma de presencia la saludó y la despidió, y todo se acabó hasta el día siguiente.
Ayer, con la salida de la Virgen del Rosario pude saber del sabor tan antiguo de sus salomónicos candeleros. Todo anoche fue parecido al regusto que deja la gloria; a la gloria decimonónica que a veces de la Virgen del Rosario le da por regalarnos. ¿Se imaginan el color repentinamente familiar que ayer inundó las calles que empezaban a llenarse de noche para recibir a la Virgen del Rosario? Ayer la dolorosa continuista e insaciable buscadora de estrellas se inventó distinta para la ocasión, dando damasco por terciopelo y la cara por los bordados de Fernández y Enríquez. Se recogió el manto como no acostumbramos a ver y salió, de blanco, a celebrar gozosa los misterios del día. El primero, como casi todos los demás, expresado musicalmente en forma de marcha y, después, de oración. La noche llenó el barrio de vecinos. La Virgen del Rosario los cobijó. Fue un tiempo de lejanías reducido a un par de horas. Almería en forma de presencia la saludó y la despidió, y todo se acabó hasta el día siguiente.