Hay un detalle oblicuo y sagaz que nos pasa inadvertido. Una realidad certera y adivinada, esquiva a veces, huidiza otras y presente cuando quiere. Es la sensación estimulante de saberse contradictorio en una esquina. Y es lo que le ocurre a una de las cuatro esquinas de aquellas cuatro calles, concretamente a la de Séneca con Real, la que aflora por la antigua plaza del Lugarico y por donde cantaban las putas al paso de la Soledad. Hoy mantiene intacto ese aroma a veces imperceptible a subterfugio alternativo de expresión al paso oficial del paso. Antes eran putas y ahora son carteles, locales con gente de botella en mano y puerta cerrada los que les hablan a los cristos y a las vírgenes cuando pasan. Han cambiado los tiempos, las formas y puede que hasta el respeto pero desde antiguo sabemos que una cosa es la naturaleza de las cosa y otra su esencia. Y Almería se siente atrapada en un reloj de arena obstruido cuando pasa por esquinas como la de Séneca con Real.Hay tanta contradicción entre la penitencia disfrazada y el indisimulado malestar entre lo nuevo, lo viejo, lo presente, lo divino y lo humano que, a veces, una esquina como esta es la nueva saeta que unos jóvenes le cantan a las vírgenes que la transitan. Lo que ocurre es que las prisas de los horarios no les dejan leer. Es el mismo problema que la moral de antaño, entonces doble y ahora triple, intentaba resolver a golpe de tambor.
Y así pasan de Domingo a Domingo maderas ausentes y distraídas sin escuchar las saetas antiguas que le canta un sector no oficial de la ciudad en los días en los que se requiere la compostura que la Semana Santa underground no comparte. Allí están los que no estarán en otras esquinas, los que no veremos en otros puntos del recorrido, pero que están en esa esquina particular. No se moverán de ahí y, por tanto, no saldrán esos días en los periódicos. Ni esta foto la convertirá en cartel ninguna hermandad. Por allí es mejor pasar de puntillas, sin hacer mucho ruido no vayamos a molestar a los que nos molestan. Y en ese afán de no ser escuchados, pasaremos los siglos sin escuchar. Ojalá si hay algo que lata allí dentro, en los huecos de cedro a los que les cantaban antes las putas y ahora les escriben los alternativos, esos mensajes no pasen inadvertidos.
Y así pasan de Domingo a Domingo maderas ausentes y distraídas sin escuchar las saetas antiguas que le canta un sector no oficial de la ciudad en los días en los que se requiere la compostura que la Semana Santa underground no comparte. Allí están los que no estarán en otras esquinas, los que no veremos en otros puntos del recorrido, pero que están en esa esquina particular. No se moverán de ahí y, por tanto, no saldrán esos días en los periódicos. Ni esta foto la convertirá en cartel ninguna hermandad. Por allí es mejor pasar de puntillas, sin hacer mucho ruido no vayamos a molestar a los que nos molestan. Y en ese afán de no ser escuchados, pasaremos los siglos sin escuchar. Ojalá si hay algo que lata allí dentro, en los huecos de cedro a los que les cantaban antes las putas y ahora les escriben los alternativos, esos mensajes no pasen inadvertidos.