Ahora que el amigo L. me dice que se hace vecino, que se viene a las calles antiguas dentro de un tiempo, he sentido el latido agradecido de uno de los corazones de la ciudad. Me ha golpeado, acompasado, entre los gritos de los niños y los balonazos de toda su vida.
A los que nos da vértigo cruzar la calle Real, se nos desboca el corazón con las estampas diarias que en la gloria de los siglos se disfrazan de calor unos meses y de fríos en tardes ajenas. En esa plaza nos han criado las abuelas, las madres y la historia. Esa plaza asiste centenaria al Entierro de Cristo y es remedio casero y veraniego contra las tardes espesas y frescas por turnos. Por eso, a los que se nos acumulan las lágrimas asomando a los terraos de la vida; a los que nos duele este calor de historia, ese dolor extraño de entrañas, a los que nos huelen las noches en la calle Bailén, cualquier noticia de barrio es una necesidad de alegría. Y los latidos de este corazón de barrio nos golpean y contagian de una alegría individualmente colectiva. El amigo L. pronto empieza a sentir esos vértigos. ¿Resistirá?
A los que nos da vértigo cruzar la calle Real, se nos desboca el corazón con las estampas diarias que en la gloria de los siglos se disfrazan de calor unos meses y de fríos en tardes ajenas. En esa plaza nos han criado las abuelas, las madres y la historia. Esa plaza asiste centenaria al Entierro de Cristo y es remedio casero y veraniego contra las tardes espesas y frescas por turnos. Por eso, a los que se nos acumulan las lágrimas asomando a los terraos de la vida; a los que nos duele este calor de historia, ese dolor extraño de entrañas, a los que nos huelen las noches en la calle Bailén, cualquier noticia de barrio es una necesidad de alegría. Y los latidos de este corazón de barrio nos golpean y contagian de una alegría individualmente colectiva. El amigo L. pronto empieza a sentir esos vértigos. ¿Resistirá?