De una Cuaresma a otra, hay que ver cómo la vida te la cambian los que menos idea tienen de esto. Por eso regreso fugazmente. Me asomo como un nazareno asustado ante lo que oye y que se quiere esconder lejos, muy lejos ante lo que parece ser que aún le queda por escuchar. He despertado del largo sueño al que me abandoné el Lunes de Pascua del año pasado y quiero volver a dormirme. Me acosté soñando con una nueva Cuaresma radiada y cuando esta ha llegado, ha sido una vomitera de desagradables voces y no mejores noticias. Dos habituales y admirados ya no están. Mateo y Antonio, Antonio y Mateo. Un estilo diferente -afortunadamente- a lo que viene para quedarse. Pasión y Clásicos de Pasión. Clásicos de Pasión y Pasión. Otro estilo. Cultura y elegancia. Elegante y culto. Ya no se pueden escuchar los placeres impropios de Mateo y Juan Manuel. Ni la mesura de un Antonio íntimo.
Anoche, al escuchar Canal Sur radio caí en la cuenta. Noté que todo es tan relativo que pocas cosas, muy pocas cosas, merecen mucha pena. Confirmé que a cualquiera le dan un micrófono -lo digo yo que un Lunes Santo de granos en la cara, me dieron uno de la SER- pero muy pocos somos los conscientes de nuestras muchas limitaciones. No todos sabemos transmitir lo que pensamos (muchos ni piensan) al hablar. Ni poseemos la dicción que, por respeto, debemos al que nos escucha a través de las ondas. Todo eso se nos olvida y los que nos lo recuerdan son unos hijos de puta envidiosos.
Y supe que a las emisoras de radio les interesa tener un programa de cofradías. Pero no me quedó tan claro si a las cofradías les interesa que haya programas como los que van quedando... Hasta luego, par de clásicos. Hasta siempre, voz íntima de madrugada. La radio se queda en los cajones. Dejo de ser su compañero y ella mi acompañante hasta que despierte de esta pesadilla. Parafraseando a Eduardo del Rey Tirado, en una graciosa reflexión, a mi después del Domingo de Resurrección del año pasado, como oyente radiofónico, me hicieron la pascua.
Anoche, al escuchar Canal Sur radio caí en la cuenta. Noté que todo es tan relativo que pocas cosas, muy pocas cosas, merecen mucha pena. Confirmé que a cualquiera le dan un micrófono -lo digo yo que un Lunes Santo de granos en la cara, me dieron uno de la SER- pero muy pocos somos los conscientes de nuestras muchas limitaciones. No todos sabemos transmitir lo que pensamos (muchos ni piensan) al hablar. Ni poseemos la dicción que, por respeto, debemos al que nos escucha a través de las ondas. Todo eso se nos olvida y los que nos lo recuerdan son unos hijos de puta envidiosos.
Y supe que a las emisoras de radio les interesa tener un programa de cofradías. Pero no me quedó tan claro si a las cofradías les interesa que haya programas como los que van quedando... Hasta luego, par de clásicos. Hasta siempre, voz íntima de madrugada. La radio se queda en los cajones. Dejo de ser su compañero y ella mi acompañante hasta que despierte de esta pesadilla. Parafraseando a Eduardo del Rey Tirado, en una graciosa reflexión, a mi después del Domingo de Resurrección del año pasado, como oyente radiofónico, me hicieron la pascua.