9 de abril de 2007

Con los pabilos enteros

María Santísima del Consuelo fotografiada por Guillermo Méndez
no se sabe bien si el propio Jueves o el Viernes Santo.


Se nos ha ido con los pabilos enteros. Como más nos duele a los cofrades que se vaya. Con ese nudo del que tira el diputado, que los priostes cortan y nunca nos gusta ver en una desarmá. Ese nudo en la garganta que son los pabilos que debieron arder.

Este año, cuando pude entrar en San Agustín, Guillermo Méndez era un nazareno sentado en una silla. Ahora es la sensibilidad de una foto, el resumen, el análisis, la síntesis de lo que ha sido esta Semana Santa de lagrimones y ojeras perennes en el cielo de Domingo a Domingo. No creo que nada resuma más la Semana Santa del cambio climático como he leído por ahí. La candelería es esa ilusión que te vuelca el corazón en tiempo de Vísperas pero que no esperas ver igual que dejaste cuando todos los programas indican que la cofradía debía estar entrando en Carrera oficial a esta hora inoportuna de chubascos intermitentes que tanto nos amenazaron con morder que terminaron haciendo presa.

Una candelería tiene que llorar, tener mocos, que diría Luis León en la radio la noche que una señora llamó indignada. Igual que el cirio de un nazareno. La cera tiene que manchar mantos, adoquines, las manos de un niño que con ella forma una bola de tradición. La cera no puede regresar al cajón. No hay indulto posible para ella. Puede ser apagada por el viento de una esquina en la que un torpe capataz detenga el paso pero no llegar al centro desde los barrios con el pabilo blanco. Ha de venir dando luz, calor o color negro si ha ardido. Nunca mostrando nudos blancos. Y, por supuesto, nunca la lluvia puede dar un zarpazo tal que haga que la cera regrese como llegó.

Bastantes pabilos de color blanco vimos el Domingo de Ramos. Los barrios llegaban con viento en el velamen y nubes enganchadas en las perillas y en el centro hacía un frío de Miércoles de Ceniza. El Sábado más de lo mismo. Igual que no nos libramos el Lunes pese a que el Martes y Miércoles vimos arder -por fin- cientos de pabilos. Pero el Jueves... Ay, el Jueves Santo. Las dentelladas nos hicieron sangrar y llorar de rabia, de dolor por no haber podido sentir el dolor del cartón en nuestra frente. Y los pabilos se quedaron blancos como llegaron. Como a los cofrades no nos gusta que se queden. Se nos fue una mala Semana Santa. Ninguna Semana Santa es buena si alguien se queda sin salir. Ojalá el año que viene prendan esos pabilos que este año no lo hicieron. Ojalá. Y podamos hacer ciertos los versos de Rodríguez Buzón cuando escribía aquello de a compás la cera llora.