26 de abril de 2007

Los pilares de la devoción. El fuego de los dichosos

pilar.(De pila1).
3.
m. Persona que sirve de amparo.
4. m. Cosa que sostiene o en que se apoya algo.





Un escalofrío de verdad me aturde aún. Acabo de terminar un nuevo vídeo y me ha llegado un regalo imprevisto. Descreído de la utilidad de unas corporaciones equivocadas, nostálgicas, rancias, ancladas en un tiempo en el que no hacen nada para lo que fueron creadas, ¿qué justificaba su existencia?

¿Qué hace necesarias a las cofradías cuando ya no dan la cristiana sepultura a los hermanos que por eso se agrupaban en torno a ellas? ¿Qué las hace aún vivir dos, tres o cuatro siglos después de haber socorrido a los necesitados que sus antiguas constituciones mandaban atender? Hoy, sin gremios en esta aldea global, ¿qué justifica que haya unas corporaciones que antes los agrupaba y defendía? Hoy acabo de descubrirlo.

¿Sobre cuantos pilares se sustenta la tradición? Eso preguntábamos al inicio de esta serie. Pensaba que iba ser más larga pero me he quedado sin argumentos, desnudo, desprovisto de más arma que mi desarme. Enarbolo una blanca bandera como los nazarenos de la Borriquita, o los de la Cena y me rindo ante la evidencia de quien ha alcanzado a dar respuesta a un porqué. ¿Por qué las cofradías siguen siendo necesarias?

La respuesta era obvia, pero no la había encontrado. Ahora lo sé: porque siguen siendo necesarias. Así de sencillo. Como es el mensaje de las cofradías y como lo interpretan los dichosos. No necesitan más. Más allá de decisiones y valoraciones sobre las mismas y por las que los más atormentados podamos llegar a derramar ríos de tinta (o bytes a través de internet), están los protagonistas del siguiente y último vídeo (mañana lo colgaré). Ellos. Los dichosos.

Gracias a ellos por fin he entendido la razón de ser de las Vísperas más allá del gusto formal por los aromas de ciertas plazas o esa pasión de esqueletos de aluminio y madera que florecen a la puesta de sol. Hoy he entendido las colas del primer Viernes de Marzo. Y la multitud del Viernes de Dolores en Santiago. Y el redil esperancista hasta al que hasta yo acudo cada mes de Diciembre como un poderoso imán que nos atrae. Que nos quema si nos acercamos mucho pero que nos hiela el corazón de pensar simplemente en alejarnos... Una fuente de energía renovable y eterna, perenne y, lo más grande, hereditaria, transmisible.

Así han perdurado dos, tres y hasta cuatro siglos, cediéndose el testigo unas a otras, unas corporaciones de las que al menos yo, dudaba. Dudaba de su eficacia hoy, en tiempos de resultados, de balances y de cuentas...

Así es fácil entender cómo unas mujeres que son madres, hijas, nietas y abuelas (completando y comenzando el círculo) pueden aguantar toda una madrugada en incómodas sillas mirando un pequeño Cristo marrón, muy marrón. O cómo hay miradas aún diferentes a las del resto del año en la juventud que presencia el paso de una cofradía. Es lógico, ahora, que la gente toque, se emocione y necesite acompañar descalza a la imagen que le dé la gana... Porque es libre de poner la estampa que quiera en el cabecero de una cama en Torrecárdenas. Porque algo hay. Y algo quema en el interior. Para esa llama, el fuego de los dichosos, las cofradías son el carbón, el gas natural que necesitamos.