Regresan los nazarenos absortos de la memoria inocua. Con sus llamaradas de madera airando eternidades entre pliegues. Así caminan, despacio, cojeando. Cuando se pierden, la esquina se desabrocha la camisa y se acomoda. No entiendo muy bien el camino que aquellos toman. Enlutados, sus capas son frío y viento, lluvia en nube arrinconada, almena sin tronera, caricia y beso en tarde de Cuaresma, rito fatal. El esparto de Fernando en el armario. Se me apetecía.