Igual que esperamos que las cartelas desnudas regresen con sus escenas. Días de distancia. De frío y viento. De hojas caídas exprimiendo el otoño. El Paseo de San Luis es, al caer la tarde como caen sus hojas, un recuerdo incierto. Crujir al abrazo de suelas que comparten el tiempo.
Hace días que contamos con dos cifras. Aguardamos a que nos lleguen a los sentidos las cartelas que aún caen de los árboles. Crujimos como crujen ellas con escalofríos que se instalan donde anidan los almanaques sin hojas que nos muestran los caminos. Aguardamos la gloria estática y nos aferramos a las hojas que se caen. Y en el espejismo de fachadas y olas de la Escalinata Real, entre sal y erizos, olores propios, distancia y cemento regresamos a las cuentas. Pintando agonías, tallando escorzos, grabando números sobre puntiagudas verdades. Borda y esculpe, labra, cincela, repuja o asoma al doblar una esquina. Entra y sale, viene y se va.
Allí, aquí, son hierba, húmeda, fresca, verde y excesivamente descuidada hierba, jardines de quietud, paraísos ajenos y propios, paseos. Las cartelas se desnudan y nosotros aguardamos otro sol. Las caricias nos dan hambre y se entregan insípidas. Risas para la ciencia, para un rayo, para la alquimia de su oro. Mientras las cartelas están desnudas tantas cosas son posibles que hay mañanas que uno se siente capaz de desafiar un par de recuerdos pero al tercero sucumbe.
Y caerán las que faltan aún. Una detrás de otra, con paciencia. Desnudas ellas, todas. Así las habremos de ver. Así nos habrán de doler. Punzadas que son de oro o espejismos de luna otras. Este calendario que se muere -quizá de frío porque las cartelas no soporten la desnudez- por estas fechas.
Hace días que contamos con dos cifras. Aguardamos a que nos lleguen a los sentidos las cartelas que aún caen de los árboles. Crujimos como crujen ellas con escalofríos que se instalan donde anidan los almanaques sin hojas que nos muestran los caminos. Aguardamos la gloria estática y nos aferramos a las hojas que se caen. Y en el espejismo de fachadas y olas de la Escalinata Real, entre sal y erizos, olores propios, distancia y cemento regresamos a las cuentas. Pintando agonías, tallando escorzos, grabando números sobre puntiagudas verdades. Borda y esculpe, labra, cincela, repuja o asoma al doblar una esquina. Entra y sale, viene y se va.
Allí, aquí, son hierba, húmeda, fresca, verde y excesivamente descuidada hierba, jardines de quietud, paraísos ajenos y propios, paseos. Las cartelas se desnudan y nosotros aguardamos otro sol. Las caricias nos dan hambre y se entregan insípidas. Risas para la ciencia, para un rayo, para la alquimia de su oro. Mientras las cartelas están desnudas tantas cosas son posibles que hay mañanas que uno se siente capaz de desafiar un par de recuerdos pero al tercero sucumbe.
Y caerán las que faltan aún. Una detrás de otra, con paciencia. Desnudas ellas, todas. Así las habremos de ver. Así nos habrán de doler. Punzadas que son de oro o espejismos de luna otras. Este calendario que se muere -quizá de frío porque las cartelas no soporten la desnudez- por estas fechas.