6 de enero de 2008

Las semillas del Seeadler

Abrazado como soga el alma se la lleva el diablo corriendo entre pliegues y acariciando la levedad de la tarde en la que se manifestaron los primeros dolores. Hay una escasez en el alma que trajeron las bombas en el 37. Las olas las escupieron. Una a una, cayendo sobre el hielo y el pasmo. Así, como simulando ser los adoquines que lloran unos putti allí arriba y que, desconsolados y aferrados al pesebre, intentan devolver una luz con la que el sol encala la ciudad con extrañas lágrimas de metal. Subían y bajaban así las dudas por su propio peso. Una, y otra. Y otra. Y así hasta agotar las cuentas, Perder la cuenta que alguien intentó llevar realizando muescas en el cajillo de una Cruz durante un calvario en forma de bombardeo que luego floreció de Amor.

Hoy se manifiesta su grandeza sin que ni Él mismo se acuerde. Se le han ido las raíces de las ramas de su cabeza a otra parte y las persigue con la mirada, al fondo. Ha sido el albañil de la guerra y la fábrica se lo agradece restaurada. Estamos en la quietud de esas horas de escobas, de frío afuera y al Cristo del Amor se le acercan familias hoy que nace y florece su Árbol de la Redención hierático y estático. Entonces -era un 31 de mayo del treinta y siete- las bombas entraron en su casa y no le quedó más remedio que florecer por primavera. Hoy, en su Epifanía, me he acordado de algo que ocurrió en su ausencia y le agradezco que, al menos en su presencia, nunca se haya vuelto a repetir.