Fue Chaplin a un concurso de imitadores de su personaje Charlot en San Francisco y de él se vino sin pasar de la primera ronda. Ganó un tal Milton Berle y esta anécdota que el propio Chaplin recordaría en una entrevista para el Chicago Herald a mediados de julio de 1915, nos sigue sorprendiendo casi 100 años después por aquello de que nos parece imposible que alguien nos imite mejor que nosotros mismos. Y tal vez sea cierto, es imposible, pero eso no es suficiente para que haya quien prefiera una mala imitación antes que cualquier interpretación.
Es lo que ocurre en nuestras cofradías, y más concretamente en ese submundo literatoide de los pregones y exaltaciones en el que cualquiera juega a literato. No hay nada como ser de una Junta de gobierno para descalificar a Charles Chaplin de su particular concurso de imitadores como si formásemos parte de aquel jurado californiano, y pese a que Rodríguez Buzón se inventó un tipo de pregón que muchos siguen explotando aún, a nosotros los que de verdad nos gustan son sus imitadores.
Quizá esta sea la primera de una serie de entradas en las que me ría de los que aplauden pregones plagiados impunemente. Y ha querido el destino que empiece por un pregón que dio Juan Megino (pregonero que también lo fuera de la Semana Santa de Almería) en la Hermandad de la Unidad. Fue el 17 de febrero de 2007 cuando Juan Megino (o el que le escribiera el pregón) seguramente levantó al público asistente en San Ignacio de Loyola con los siguientes versos:
Quizá esta sea la primera de una serie de entradas en las que me ría de los que aplauden pregones plagiados impunemente. Y ha querido el destino que empiece por un pregón que dio Juan Megino (pregonero que también lo fuera de la Semana Santa de Almería) en la Hermandad de la Unidad. Fue el 17 de febrero de 2007 cuando Juan Megino (o el que le escribiera el pregón) seguramente levantó al público asistente en San Ignacio de Loyola con los siguientes versos:
Al compás la cera llora
porque viene de regreso,
quedando en el aire preso,
todo grito que le implora.
La luz el rostro le dora,
dibujándolo en sonrisas,
y al dejar san ignacio
la rampa va rozando,
una voz le va cantando
al son de los guardabrisas.
Y después,
cuando sigue caminando
bajo estrellas cristalinas,
al compás los rosarios
sin querer van redoblando.
También la va acompañando,
la luna clara, el lucero,
la oración del nazareno,
una saeta con esmero
y un repique de campana
sin que toque el campanero.
Seguramente fue un pregón muy aplaudido. El público habitual de este tipo de actos es del que se pone en pie tras el ¡he dicho!, el ¡muchas gracias! o el ¡ahí quedó! con que los pregoneros suelen terminar. Quizá porque desconozcan que casi medio siglo antes Rodríguez Buzón escribió estos versos a la Virgen de Gracia y Esperanza de Sevilla que leyó en su Pregón de la Semana Santa de Sevilla el 11 de marzo de 1956:
A compás la cera llora
cuando viene de regreso.
Quedando en el aire preso
todo grito que le implora.
Su luz el rostro le dora
dibujándolo en sonrisas,
y al dejar Caballerizas
los blancos muros rozando,
una voz le va cantando
al son de los guardabrisas
Y después:
Cuando sigue caminando
bajo estrellas cristalinas
a compás las bambalinas
sin querer van redoblando
también la van acompañando
la luna clara, el lucero
la oración del nazareno
una saeta gitana
y un repique de campana
sin que toque el campanero.
Seguramente (y Buzón no es santo de mi devoción aunque con su apellido pueda formar un pareado), aquel pregón que suena a viejo, a rancio, a disco de pizarra, no gustase ahora y si lo diera mañana, puede que nadie se pusiera en pie. Porque lo que a nosotros nos gusta es un Charlot a nuestra medida, un Charlot que a nosotros nos lo parezca aunque no lo sea.
Cualquier cosa antes que un Charles Chaplin interpretando un brillante papel; porque lo que realmente nos pone en pie en Almería es un Charlot cualquiera que, en definitiva, nos haga una charlotada.
Cualquier cosa antes que un Charles Chaplin interpretando un brillante papel; porque lo que realmente nos pone en pie en Almería es un Charlot cualquiera que, en definitiva, nos haga una charlotada.