Javi Barranco, José Luis García, Víctor González, Juan Antonio Martínez, Isaac Vilches, Aroa García y José María Martínez durante el concierto Músicas y sonidos de la Pasión, en el que participaron como figurantes.
Hay afectos en esa foto, manifiestos muchos, discretos otros. Barruntos de oficio para unos, confirmaciones para otros. José Luis García es ahora Teniente de Hermano mayor del Silencio. Desgastado, quemado de antemano, ahogado en inmensidades absurdas, náufrago y pecio, incienso que cae en la cazoleta sin pastilla que le aguarde. Él sabrá. Él sabe, me consta. Él quiere. ¿Él puede? Yo sé lo que haría si le dejara el que blande la espada que ve sobre su cabeza. La sombra de ese caballero poderoso condiciona al que conocí un 2 de febrero de 2001 (la fecha es consultada, no recordada). Pero la garantía también es total. Le avalan los cultos que deja. Y aunque es un pertiguero que en formas no me gusta, en fondo destaco su grandeza. Ahora debería dejar la pértiga y presidir delante del misterio. No lo hará, claro está. Pero en todas sus otras nuevas funciones/responsabilidades deseo la excelencia de lo que ya ha tocado y en lo que el Silencio puede presumir. Me alegro por mi cofradía en la nostalgia. Aguardo sus gestos, su huella, su impronta en nuevo oficio como el PANIS ANGELICVS que dejó en los cultos; por el que sabes que los hermanos del Silencio comulgan. Tres años aguardo de prosperidad en el Calvario de los pequeños gestos, de la pequeña grandeza de los guiños que le escruto en la distancia como si siguiera en el presbiterio y con una de sus miradas la credencia se rodeara de acólitos. Tengo que llamarle y ofrecerle mi ayuda. Se me apetece hacerlo. Se lo merece. Se lo debo.
Hay afectos en esa foto, manifiestos muchos, discretos otros. Barruntos de oficio para unos, confirmaciones para otros. José Luis García es ahora Teniente de Hermano mayor del Silencio. Desgastado, quemado de antemano, ahogado en inmensidades absurdas, náufrago y pecio, incienso que cae en la cazoleta sin pastilla que le aguarde. Él sabrá. Él sabe, me consta. Él quiere. ¿Él puede? Yo sé lo que haría si le dejara el que blande la espada que ve sobre su cabeza. La sombra de ese caballero poderoso condiciona al que conocí un 2 de febrero de 2001 (la fecha es consultada, no recordada). Pero la garantía también es total. Le avalan los cultos que deja. Y aunque es un pertiguero que en formas no me gusta, en fondo destaco su grandeza. Ahora debería dejar la pértiga y presidir delante del misterio. No lo hará, claro está. Pero en todas sus otras nuevas funciones/responsabilidades deseo la excelencia de lo que ya ha tocado y en lo que el Silencio puede presumir. Me alegro por mi cofradía en la nostalgia. Aguardo sus gestos, su huella, su impronta en nuevo oficio como el PANIS ANGELICVS que dejó en los cultos; por el que sabes que los hermanos del Silencio comulgan. Tres años aguardo de prosperidad en el Calvario de los pequeños gestos, de la pequeña grandeza de los guiños que le escruto en la distancia como si siguiera en el presbiterio y con una de sus miradas la credencia se rodeara de acólitos. Tengo que llamarle y ofrecerle mi ayuda. Se me apetece hacerlo. Se lo merece. Se lo debo.