Vaya cofradía oscura que es Pasión. Yo que la veo esquivando farolas por la calle Gerona no hay Lunes Santo que le vea luminosidad al oscuro cortejo que se trae al Cristo de las carnaciones viejas desde la parroquia en la que me bauticé. Pasión sale a la calle con una atmósfera de lejanía por montera. Es elegante sin descuidar los orígenes pero oscura. Oscura y desangelada, a gala. Viene por los anchurones del barrio al que no renuncia y vuelve por otras fisuras de amplias vistas por voluntad estética mal entendida. Pero aun así me gusta verla. En la esquina con Álvarez de Castro se puede ver todo. Eso ocurre antes de realizar estación en la patrona. Luego me encuentro con Josemari El Caja y respectiva y hablamos de la agrupación aquella que tenía las Angustias en las sillas que monta el Ayuntamiento en una pared de la Escuela de Arte. Lo hacemos con la del Dulce Nombre de fondo. El de la Salud y la Pasión es un Cristo que se cae, tres veces, y gira con dos marchas en una esquina. Luego gira en otra esquina con otras dos marchas y así va recopilando solos de trompeta hasta que da el último giro del año delante de la rampa, la sube y se mete en la iglesia de los espacios abiertos. Manolo Márquez se acerca con dificultad a un paso del que no puede faltar nunca y todo en él retumba como un Juan Sagredo sin pastillas Juanola que mantiene el peinado ensortijado.
La Virgen viene de Reyes Católicos y pasa por el mini bar. La que tiene que liar la pobre para llegar a la Rambla y luego la cofradía desciende entre dátiles y acompañada de unos almerienses distintos a otros. Los surtidores le llueven a la fuente un cíclico chorro que esquiva el cortejo y el frío dispersa muchas cosas. A la altura del Colombia, yo que lloré ese barrio otrora, las velas del barco se pliegan y las del palio se apagan en un cabo de vientos y más frío. El esfuerzo es titánico porque donde se ve la biblioteca el frío es menos y el viento ninguno. Pero hay que llegar. Manolo Arqueros ha dejado en su despedida una cofradía con el dobladillo bien metido y esos logros titánicos (y otros) que bien merecen el descanso que mejor merece. Hasta la próxima, para la que ya cuento los años, Hermano mayor. Se te agradece cuánto y qué. Y cómo. Apaga, si eso, al salir, que ya entiendo las oscuridades pero despojándonos de la chaqueta de realidad nos quedamos otra vez en los huesos de la memoria y la recompensa alta que tiene acompañar a la cofradía. A la entrada llueve una saeta de fuera del circuito. Dos años que llevo en esa recogida y dos años que un alcorque determinado, preciso, concreto, me separa de una saeta de verdad. El año pasado fue -o se pareció- a la del 'pañuelito' de Pili del Castillo y la de este año no me ha sonado a ninguna. No sé el nombre de quién la cantó. Sólo me acuerdo de que, tras el alcorque de los últimos años, determinado, preciso, ese alcorque concreto, un arquero asaeteó a su madre y a todos los presentes tal que así:
Madre mía, te suplico
que no me dejes de querer
aunque yo no sea un buen hijo.
Que no hay consuelo más grande
que el de una madre para un hijo
y ahora que ya se me fue
la madre que yo aquí tenía
te pido que esté a tu vera
y desde el cielo nos cuidéis cada día.
La Virgen viene de Reyes Católicos y pasa por el mini bar. La que tiene que liar la pobre para llegar a la Rambla y luego la cofradía desciende entre dátiles y acompañada de unos almerienses distintos a otros. Los surtidores le llueven a la fuente un cíclico chorro que esquiva el cortejo y el frío dispersa muchas cosas. A la altura del Colombia, yo que lloré ese barrio otrora, las velas del barco se pliegan y las del palio se apagan en un cabo de vientos y más frío. El esfuerzo es titánico porque donde se ve la biblioteca el frío es menos y el viento ninguno. Pero hay que llegar. Manolo Arqueros ha dejado en su despedida una cofradía con el dobladillo bien metido y esos logros titánicos (y otros) que bien merecen el descanso que mejor merece. Hasta la próxima, para la que ya cuento los años, Hermano mayor. Se te agradece cuánto y qué. Y cómo. Apaga, si eso, al salir, que ya entiendo las oscuridades pero despojándonos de la chaqueta de realidad nos quedamos otra vez en los huesos de la memoria y la recompensa alta que tiene acompañar a la cofradía. A la entrada llueve una saeta de fuera del circuito. Dos años que llevo en esa recogida y dos años que un alcorque determinado, preciso, concreto, me separa de una saeta de verdad. El año pasado fue -o se pareció- a la del 'pañuelito' de Pili del Castillo y la de este año no me ha sonado a ninguna. No sé el nombre de quién la cantó. Sólo me acuerdo de que, tras el alcorque de los últimos años, determinado, preciso, ese alcorque concreto, un arquero asaeteó a su madre y a todos los presentes tal que así:
Madre mía, te suplico
que no me dejes de querer
aunque yo no sea un buen hijo.
Que no hay consuelo más grande
que el de una madre para un hijo
y ahora que ya se me fue
la madre que yo aquí tenía
te pido que esté a tu vera
y desde el cielo nos cuidéis cada día.