Escocia no sólo son faldas para los hombres orgullosos de llevarlas; es mucho más. Es güisqui, son bellos paisajes, es su selección en el album del mundial de fútbol celebrado de Italia en 1990 y son unos cuantos gaiteros en un funeral elegante de película, lloviendo, todos de negro y con Pierce Brosnan por allí, en la apoyatura moral de Susan Sarandon. Si esta escena no sale en El mejor, que la rueden ya porque harán mucho bien por Escocia que, por si no lo saben, viene a ser como el doble de Holanda, de grande, digo, con quien esta tarde nos jugamos cinco puntas sobre el pecho. Aquellos gitanitos de sombría tierra a los que Felipe II le quitaba las guitarras para echar sus ratos de cante también pelean por clavarse las puntas de su primera estrella en el mismo sitio pero con más finales en el orgullo y eso es peligroso. A los holandeses los he conocido mejor por este artículo de Rodrigo Carretero en El País que por la E.G.B. y he aprendido con ello dónde están las cornucopias de los catalanes. Las cornucopias son muy de casa de mariquita antiguo y aunque a unos mariquitas les gusten las faldas y a otros los escoceses que las llevan, todos vienen a estar de acuerdo en que es imposible seguir compartiendo más asfixiantes minutos -o segundos- con su señora, que es gorda y vieja y pelean con ella por más manta en la cama como buen matrimonio.
A mí que Cataluña sea una nation, como ellos dicen, me la trae fresca aun en días calurosos como los que llevamos. A mí en nacionalismo se me acaba en el Cañarete así que los demás hagan o deshagan como quieran. A Bryce Echenique, al que no he leído más allá de entrevistas, citando a Vargas Llosa (al que ni eso) le leí anoche sobre patrias, los dolores que produce y las ingratitudes que recolecta decir que a él la patria le trataba de maravilla 'desde que hice mías las palabras de Mario Vargas Llosa: 'A fin de cuentas, el país de uno se reduce a unos cuantos amigos y unos cuantos paisajes'". Ayer un padre y una hija caminaban por delante de una cámara de fotos en alguna calle de Barcelona, iban orgullosos con una bandera de rayas rojas y amarillas. Acababan de llegar volando con su capa de la independencia y sólo tomaron un autobús que los llevara a Torrecárdenas para curarse los intentos de herida de la agresión que sufireron por la tarde cuando ambos eran Honorables a menor escala y un nacionalista exaltado les increpó. Entonces aquí les hizo un calor resultón y pegajoso, todo andaluz y pobre. Y los de aquí no volaban, como mucho intentaban dar saltos tan grandes que les pareciese que volaban pero no se podían ni engañar. Aquí sólo vuelan las moscas y nosotros con nuestra capa, ¿ves? Qué suerte tenemos que en casa no tenemos moscas, ¿comprendes? Ya no queremos ser los amigos de España. No me ajuntas, sacapuntas. Luego se lo comento a un anciano de la política, que estaba fuerte contra Franco y comparte una lectura más profunda. Ellos quieren el divorcio que aprobó Suárez y ahora con las veleidades primeras de aquel incipiente Rodríguez Z. tienen todo el derecho del mundo a ponerse su capa de rayas e intentar volar. Si los mariquitas se manifiestan con orgullo, ¿por qué los catalanes no? Lo hacen por un fin noble que es el de desligarse de con quien no quieren estar ligados. El problema no es Cataluña sino la señora gorda y vieja que no quiere dejar al marido. ¿Lo prefiere mariquita en casa a loca en la calle? Peor aún: no sabe ni lo que quiere; solamente sabe actuar y mal. Mira con Holanda. ¿Esta noche? No, en 1556.