24 de agosto de 2010

Una cabalgata tras otra

La Feria me la han puesto rara, a mí, ser de costumbres, camino que me aprendo y recorro. Así que la Feria lleva de feria lo que de habitual lleva: la cabalgata y la batalla de flores. Todo lo demás es un resoplido atormentado y caótico de quien, además, sufre los estragos vacacionales o escasamente laborales de la semana del mes que menos se trabaja en Almería. Me hablan del recinto ferial como si me importara. La Feria son sus tres cabalgatas: la que abre, la franquista y la histórica. Ayer hubo una, con su parón como de cofradía chunga y todo. Una cabalgata en Almería son carrozas pasando y funcionarios del Ayuntamiento con camisetas de colores paseando. Con cara como si sin ellos aquello no pudiese salir bien; con esa cara que se pone cuando se hace como que se trabaja. Esa es la cara que pone el secretario general del PSOE cuando escucha como presidente. Yo esa cara me la conozco muy bien porque yo también la pongo. Es una cara muy cofrade. Muchos capataces la ponen también. Pero hay algo contra lo que ni esas caras pueden: el orden no escrito de las cabalgatas en Almería, unas normas que todos llevamos muy adentro, en el genoma ese humano del que hablan los científicos y que en el almeriense por algún sitio lleva un retraso. Las cabalgatas nunca salen a su hora y, por supuesto, jamás antes. Así que todo lo demás es esperar en el Paseo a que empiecen a gotear carrozas y sudamericanos. Así son las cabalgatas aquí. El personal es de sudamérica (y sudáfrica) convenientemente travestido ya sea de floclore indígena ya de paje de sus Majestades. Antes pasa gente de mala vida y tinta en la dermis vendiendo a ruedas o a cesta de mimbre garrapiñada, cacahuetes y pipas. Y gusanitos naranjas, de esos gordos y pringosos, caretas, globos de Dora la exploradora y pistolas que hacen pompas de jabón, lanzando decenas de ellas cada vez que la aprieta el tipo que las vende sin pasión. Así pasan como unos cinco carromatos de esos. Y luego la policía. La policía local en Almería tiene vocación de masas. Se le entiende la frustración, ellos que se veían apaleando concentraciones humanas en las puertas de los campos de fútbol y se quedaron en policías municipales que ni siquiera pueden apalear a uno en Viator. Eso frustra así que allí donde ellos ven gente allí que se van con los coches y las motos a pasear. Así que lucido el fregao que por la mañana le han dado a la moto ya sí que empieza la cabalgata. En la batalla de flores los primeros son los gigantes. Los gigantes no dan miedo; los que dan miedo son los que van alrededor. Algunos son de mi barrio, otros son de otros barrios que dan tanto miedo como el mío. Los gigantes creo que son ocho y bailan dos. Bailan dando vueltas y cobran y se pelean por cobrar. Luego pasan las carrozas, que este año son nuevas. En la cabalgata anunciadora me parece que se regresó a lo de los temas. El cine ha sido esta vez. Una vez la de Reyes fue de música, sobre Mozart, y aquello daba asco, literalmente. El sábado fue de cine o eso creo, con carrozas con Tarzán y con los personajes de Toy Story en 3D. Las carrozas arruinando a los cines, qué cosas. Y delante el típico grupo de esos de teatro con muchos pendientes ellos, pelos hechos trenzas e higiene la justa para no agotar los recursos naturales. Van/iban vestidos con poca ropa, todo maquillaje azul, zancos y pelo como bichos de esos de la peli Avatar. Dando miedo, que es lo que le gusta a los concejales de cultura del Ayuntamiento de Almería. Que traumatice, que deje huella. Y así pasan carrozas y gitanas gordas. Detrás de cada carroza van muchas mujeres con carritos de niño chico. Las carrozas llevan más promesas que un paso de Semana Santa. Luego un par de bandas haciendo mucho ruido. Como en Semana Santa, digo. Y por último los barrenderos y su ropa estridente y sus camiones ruidosos. Cuando se acaban las cabalgatas empieza la Feria.