29 de septiembre de 2010

Papá, tengo miedo

Le ha pasado a un Cristo cercano, muy de barrio. Y eso que siempre está acompañado y estas cosas que le pasan sólo le pueden pasar en descuidos de segundos. Miedo me da la soledad de otros templos, de otras tardes oscuras y solitarias. El caso es que un perfil extraño ha entrado en su casa, sus intenciones con él se quedan pero una de las consecuencias más evidentes es que una imagen a la que se le reza y mucho en mi barrio ha sufrido la amputación de un dedo y prácticamente el desprendimiento de sus dos brazos. Sólo es madera. Pero los católicos de por aquí según qué maderas nos dicen según qué cosas. Sólo es jamón, y muchos moros no lo comen. Cada uno llega con sus creencias a sus límites y el entorno hostil se está poniendo más. Anoche, en la capilla había ojos con restos rojos como del haberse pasado la tarde llorando. O como de haber salido de una habitación pequeña en la que hay un Cristo mutilado. Los brazos le son a la imagen ahora minutero roto de la vida de hermandad. El otro, segundero acelerado y loco de un tiempo que está como que ha pasado y no sabemos si lo revivimos o nos contaron nuestros abuelos el futuro. Las imágenes peligrando, sea el enemigo que sea, suena peligrosamente a otra España, precisamente hoy que amanecemos con silicona en las cerraduras y un concepto un tanto difuso de lo que es informar. No es pena, porque es recuperable y porque es sólo madera: ¡es miedo! Porque según qué maderas a los católicos de por aquí nos dicen según qué cosas. Miedo porque es para tener miedo. Y Balta bien lo escribe. Es como si la niña estuviera hablando con su padre pero es el padre el que está hablando con el Señor de las Penas. El mensaje es el mismo, eso sí: tengo miedo.