El año tiene una falda con unos lunares y un vestidito aquel que yo te veía y llovía y yo abrí el paraguas y tú no te mojabas. La cosa era así, más o menos, en el fandango caracolero, más menos que más. Así que el año se queda en el portal al resguardo de la que cae y yo me voy calle abajo con mi paraguas y tu recuerdo, ahora que casi ni eres ya, añito de penas y el hombre que disecciono de memoria, improvisando por echar la tarde recordando. 2010 se ha traido los candados que no hay en la plaza Campoamor y le ha ido echando el cierre a más negocios y haciendo las tardes de muchas calles más solas o tristes. Y se ha llevado muertos o los ha ido dejando por las cunetas de nuestros recuerdos. Tantas cosas este año que al niño que esta noche le nace uno le canta las cuarenta; las treinta y nueve en Canarias. El año ha sido de buscarle los olores a la vida. Por los arcos de Hermanos Machado oliendo a frutas, carne y verdura como cuando uno era del barrio ese, que se puede cerrar los ojos y regresar a cuando el barrio ese estaba lejos —aunque menos que ahora— o a pescado que asan por la calle Violeta con el morito siendo tres o cuatro en la esquina. A salitre o a oro repartido, salpicado, sobre crestas breves de olas verdes. El año se lleva barcas y estachas por las que cruza el abismo insondable y viscoso el funámbulo mientras el cobarde aplaude, marinero en tierra. O los olores tiernos de las noches de verano, campana en órbita de San Antonio, y dulces placeres de paredes que nunca hablarán de ti mientras la mujer sale y el pelo se le hace humedad de noviembre, goterones de techo invisible como por la lonja de la Catedral. 2010 se lleva la costumbre de oler/vivir que se resiste y se queda, claro, en 2011. Que a uno la cosa le acompaña de siempre.
El año le ha puesto al otro el hacerse mayor. Al joven Dedalus el estirón le ha venido tarde pero con miel. Se ha resuelto ir vaciando un saco de papas coloradas que un gitano de la Mancha se dejó olvidado en una furgoneta olvidada a la prisa o la Benemérita y del saco comerá y papa que saque, papa que se ha resuelto reponer para que el saco siempre le pese al gitano lo suyo o un poco más por si al gitano se le pasa la jindama y le da por regresar. Si de aquí a la Mancha hay un paseo. Y cuesta abajo, más. Por eso firma papeles con todo el mundo menos con el banco y escribe mucho. O más, piensa, en 2011. Y aprende lo de la mosca y el funámbulo más se le aleja, con la cuerda esa verde combándosele a la pisada. Entonces 2010 le pone vientecito a la tarde, de poniente, que Jose no me cree cuando le digo que a la noche se pone pero ya verás tú. A Jose se lo digo camino de la estación o del Alquián, ¿sabes? Y nos vamos cantándole por lo bajini a las cosas cerrando el año que no sé yo que si a Joselito me lo traigo puesto o me lo envuelven para regalo cuando me preguntan en la tienda. Venga, me lo llevo puesto y nos vamos por el coche que yo le he contado al coche de Jose muchas cosas y el coche de Jose pone así, la cabecilla, de lado como los perrillos y se deja acariciar por una comparsa y ya no sólo hablamos de cofradías y de mujeres sino de carnaval y de mujeres. Y a veces sólo de mujeres. El coche de Jose es amarillo y discreto. Prudente y sabio y sabe de cosas y yo lo dejo siempre por donde entran las urgencias y él se marcha hacia el cuartel.
De coches va el año, pienso. 2010 me deja el cariño que se lo ha llevado lejos y la vida nos hace apenas querer vernos y vernos con urgencia o no vernos a la vez o perderle la ilusión a pintarnos los coloretes un domingo de Piñata en la Rambla. Pero el año aún ha dejado regusto de noches de coche (habitáculo propiciatorio de las conversaciones) con Guille y Mori. Conversaciones de puerta de academia, de sordo al portero a la hora de comer, de visitas a Raúl que nos enseña cómo lleva los disfraces, socio, mira, esto ayer no lo tenía hecho aún, de buscar la china, socio, con la luz esa guapa que sale del móvil, de cantar bulerías para los madrileños en las Marinas y comer bocadillos gratis. De cantar en un banco al sol y que Paco diga riéndose: chacho, chacho, y el Mori le plante una nota donde es y Guille, primo, siga siendo irónico y magnífico. Luego está Troya, que me hizo grande. Y Dedalus se estremeció de la abstracción que es el amor. 2010 me lo trajo, mira, y se lo llevó todo. Pero como el primer coño que uno ve, o el primer muerto al que uno se asoma: eso se queda ahí para cuando cierras los ojos o los abres y es tan de noche que ni los vecinos hacen ruido y tú no sabes cómo tienes los ojos porque ves peor con ellos abiertos que cerrados y dudas. El primer muerto que yo vi sabiendo que iba a ver un muerto, que entramos, que lo toqué y supe lo que es la frescura de la muerte para la que no hay rebeca que valga fue uno que yo conocía y que quería mucho a Isaac. Pero se me murió el hombre y allí entramos valientes ante nadie, aún sin saber porqué entramos, los tres, desamortajando un instante el fino trabajo entre sábanas del servicio andaluz de salud. Y estaba amarrillo y piedra el hombre despeinado que le contaba a Isaac cosas de la pagaduría aquella de Capellades en los años de la Guerra. Esas cosas unen, lo sé. Pese a todo lo demás y unos churros esponjosos, de algodón tostado han despedido el año dejando la promesa sin sentido ya años después. La mañana no era como las mañanas estudiando matemáticas en un terrao de la calle Real, sino una mañana adulta sin hipotecas y las cosas dichas, la vida. Las cosas ya no son como los mediodías de Feria con Jose María sacándose la carrera y llevándole lomos fríos o llaveros del Cristo de la Luz.
Todo eso es un territorio que se queda atrás y 2010 ha sido otro año poniendo tierra de por medio pero la vida sigue siendo ese saber que espera. Ese saberse con asilo político en calles con nombres de santas mujeres y santas mujeres adentro. Que la alegría te asalta en dos lagrimitas que se le caen a la Virgen de la Merced de cuando en vez doblando una esquina y corriendo hacia ti que en un sofá, a la hora de la merienda, con dos mujeres a las que nunca les has dicho todo lo que ellas te han dicho y sabes que nunca demuestras lo que las quieres. 2010 también se ha ido con 365 propósitos en la basura del ya voy de Cervantes. O no decirle lo que la quieres a la mujer al lado de la que lees siempre mientras duerme hasta que te vas a tu cama. El año que se va ha sido un año como todos, con sus alegrías y sus putadas, con su querer más a los que más quieres y querer menos a los que menos y poco más. De disfrutar, de reducirse uno la familia como las familias se aprietan el cinturón, de ser el rey del mundo o presidir la república de Pangea, de saber lo que es la belleza y la ternura porque cuando la belleza se te duerme en brazos no hay ternura suficiente o metamorfosis o metáfora, a saber, que valga. Y cuando sientes el calor de otro le entras a San Pedro con urgencia a rezarle al santo que te han enseñado que todo lo puede y le pides para ti todo lo malo. Aunque la carga la reparta luego entre otros, pero no esos, precisamente. Luego, por la noche, le rezas al que manda. Porque el que manda es el número uno y lo de San Pedro creo que es algo de cuando los romanos estuvieron esparciendo Roma. Le miras la estampa al tío (es de mi quinta y lo tuteo) porque la Catedral cierra por las noches y se lo dices mientras apagas la luz: salud, tío, que no sé si es un camarada de garrapata blanca en el pecho, un loco o el número uno. Pero me da a mí que es eso y más y por eso es el jefe y yo le gasto y desgasto la zancada y casi no lo miro más arriba de las manos porque me pesa. Sigue cuidándome. O sigue cuidando a los que me cuidan que yo ya, si eso, hago por hacer el resto.