Majestades, sabed que uno aunque republicano hay tres coronas ante las que aún inclina la cabeza. Y que se os quiere en esta bendita casa que es la casa de cada uno. El niño de la calle Sagunto, el niñato de la calle Gerona y el de la de Braulio Moreno siempre os deja algo que echarse a la boca en noche de curro. Yo no sé si cada vez os dejo más pero sí es cierto que cada año os pido menos. Yo os pido cosas que creo que son muy fáciles de traer y por eso, año que yo soy más viejo, año que dejo de pedir una cosa y la lista se me va quedando en las costillas de las cosas básicas, las que se necesitan para respirar y poco más. Y para respirar sólo hace falta que te lata el corazón así que yo os voy pidiendo cada vez más escuetamente esos latidos. Ya ni libros de otros, ¿os habéis dado cuenta? Ahora lo primero es lo primero y por ahí se ve que vamos bien. Yo sigo confiando en vosotros más que en el que está en San Pedro que mucho dicen de él pero yo creo que me paga el descreimiento de aquella manera. Lo mismo es porque entro ya diciendo que no con la cabeza. Tendré que ir antes a pedirle a San Expedito que me haga mirar para la pared oscura de San Pedro con otros ojos. Lo mismo es eso.
Pero para vosotros siempre tengo los ojos de siempre. Y por eso os sigo escribiendo como siempre, sin los grandes renglones de las cartas que reparten en las jugueterías. Porque cuando mi abuelo me llevaba a la de Alfonso, en la calle Castelar, a mí nunca me dieron papeles para escribir ni catálogos. Y entonces yo era feliz en la oscuridad azul y a ratos blanca de aquel espacio reducido. Vosotros lo sabéis. Yo con unos soldados era feliz, enfrentando a los azules contra los verdes, que las pasaban putas en los asedios hasta que se aliaban con los verdes más oscuros que empezaban siendo neutrales y al final ganaban a los azules. Y con las cajas de Playmobil de almacenes Segura y las canicas sucias. Y las chapas que olían a Fanta que con cuidado guardaban y le ponían en el quiosco de Santo Domingo con las patatas fritas al que me llevaba a Alfonso. Ahora las cartas se escriben en unos catálogos y luego se arranca la hoja. Lo mismo antes era ya así pero yo era muy feliz en aquellos espacios como para fijarme por qué lo era. Así que miraba la penumbra iluminada de las tiendas viejas a las que me llevaban y ni renglones ni ocho cuartos. Casi como ahora, que os escribo sin los renglones de ahora, por internet, gastando apenas 40 o 50 Kb para deciros que este año me he portado bien. Un bien sin adverbios de ningún tipo, pero eso ya lo sabéis vosotros. Yo creo que mi bien llega al aprobado de bienes ese que tenéis que tener por algún lado. Lo que pasa es que los regalos que voy pidiendo no los puedo ver todavía. Hasta el 5 de enero del año que viene no los veo. Es cuando hago balance y digo, ay, coño, que sí es verdad que me lo trajeron. Por eso espero que me hayáis dejado en los zapatos relucientes —que parecía Domingo de Ramos— noches de las que ya sabéis. Noches de respirarlos a ellos, de pliegues en la cama, de calor en la almohada y amaneceres en la gloria. Que eso es gloria y no lo que abre y cierra San Pedro con tanta llave que lleva. Yo espero que algo más de eso haya caído. Hasta ahora siempre me lo habéis dejado. Y espero que sus Majestades hayan traido también la fuente esa grande que escupe chorros claros de agua, hilos gordos de cristal, para mis mañanas de junio. Seguid trayéndome despertares como mañanas de junio, agua y una toalla, seguid trayéndome arena que la pueda seguir pisando y ese calor pegajoso que es menos cuando me traéis los veranos felices de sol y mediodías de levante y viento que pega y mar que es como brazo de un pez con escamas que brillan y todo eso sabéis vosotros que me gusta a mí. Yo os lo pido porque creo que esas cosas son baratas para tres magos que se juntan por Navidad. Como os pido que sigáis trayéndome desayunos al fresco, con sueño de sábado y paseos solitarios de sol frío. Noches largas al calor de lo que me reconforta y besos breves. Muchos besos breves, de toda índole y portales. Que yo con eso tengo fuerzas para comprarme el resto.
Pero para vosotros siempre tengo los ojos de siempre. Y por eso os sigo escribiendo como siempre, sin los grandes renglones de las cartas que reparten en las jugueterías. Porque cuando mi abuelo me llevaba a la de Alfonso, en la calle Castelar, a mí nunca me dieron papeles para escribir ni catálogos. Y entonces yo era feliz en la oscuridad azul y a ratos blanca de aquel espacio reducido. Vosotros lo sabéis. Yo con unos soldados era feliz, enfrentando a los azules contra los verdes, que las pasaban putas en los asedios hasta que se aliaban con los verdes más oscuros que empezaban siendo neutrales y al final ganaban a los azules. Y con las cajas de Playmobil de almacenes Segura y las canicas sucias. Y las chapas que olían a Fanta que con cuidado guardaban y le ponían en el quiosco de Santo Domingo con las patatas fritas al que me llevaba a Alfonso. Ahora las cartas se escriben en unos catálogos y luego se arranca la hoja. Lo mismo antes era ya así pero yo era muy feliz en aquellos espacios como para fijarme por qué lo era. Así que miraba la penumbra iluminada de las tiendas viejas a las que me llevaban y ni renglones ni ocho cuartos. Casi como ahora, que os escribo sin los renglones de ahora, por internet, gastando apenas 40 o 50 Kb para deciros que este año me he portado bien. Un bien sin adverbios de ningún tipo, pero eso ya lo sabéis vosotros. Yo creo que mi bien llega al aprobado de bienes ese que tenéis que tener por algún lado. Lo que pasa es que los regalos que voy pidiendo no los puedo ver todavía. Hasta el 5 de enero del año que viene no los veo. Es cuando hago balance y digo, ay, coño, que sí es verdad que me lo trajeron. Por eso espero que me hayáis dejado en los zapatos relucientes —que parecía Domingo de Ramos— noches de las que ya sabéis. Noches de respirarlos a ellos, de pliegues en la cama, de calor en la almohada y amaneceres en la gloria. Que eso es gloria y no lo que abre y cierra San Pedro con tanta llave que lleva. Yo espero que algo más de eso haya caído. Hasta ahora siempre me lo habéis dejado. Y espero que sus Majestades hayan traido también la fuente esa grande que escupe chorros claros de agua, hilos gordos de cristal, para mis mañanas de junio. Seguid trayéndome despertares como mañanas de junio, agua y una toalla, seguid trayéndome arena que la pueda seguir pisando y ese calor pegajoso que es menos cuando me traéis los veranos felices de sol y mediodías de levante y viento que pega y mar que es como brazo de un pez con escamas que brillan y todo eso sabéis vosotros que me gusta a mí. Yo os lo pido porque creo que esas cosas son baratas para tres magos que se juntan por Navidad. Como os pido que sigáis trayéndome desayunos al fresco, con sueño de sábado y paseos solitarios de sol frío. Noches largas al calor de lo que me reconforta y besos breves. Muchos besos breves, de toda índole y portales. Que yo con eso tengo fuerzas para comprarme el resto.