30 de mayo de 2010

La que suena, sale y entra

Cruz de guía del Silencio en la rambla de los Alfareros. Juanjo Leal

De silencio poco. Aquí suena la cofradía hasta por las costuras de las túnicas de los nazarenos más prietos. Crujen los pasos, que se retuercen y hasta se rompen. Todo le suena a la cofradía que mejor se supo entender e interpretó la cosa ésta cofrade. Es un enorme aparato escénico -que no es poco- que se planta en la calle con una inercia de Jueves Santo recuperado. Aquí tenemos a la pionera del día, la de la buena senda, la que dijo por aquí y por ahí fueron muchas. La que se peinó un día y djo que la túnica era una cosa muy seria como para seguir sacando lo que sacaba y la que se miró en el espejo y dejó de ser una cofradía grande para ser una gran cofradía y le cuesta pero se afana. La hermandad que se sacó de la manga un palio castigado y delicioso y un misterio que escupe muy pocas astillas al año pero lleva años dando gusto ver. Así que yo veo el arco de medio punto de San Agustín hueco al fondo y sale la cofradía que se me pierde por unas calles y brota entre ruido de platos y bullicio de parroquianos en Casa Puga. Luego se me dispersa en el remanso ancho y espeso de Lope de Vega. Mal público hay hoy aquí y más pipas que de costumbre. No es buena calle para las soledades del Silencio. Veo a Pepe Leyva encima de una escalera con sus vídeos, esos vídeos con instrucciones al dorso que advierten de que son altamente recomendables y baja el Silencio seguro que con alguna pieza de Manuel Santiago. Luego veo al misterio subir las cuestas a la altura de los Espumosos. Me acuerdo yo cuando aquí estaban los Espumosos pero ya no están ni cojo el paso aquí. Lo cojo antes, cuando sale de la Carrera oficial y lo acompaño en rampa hasta la rambla inversa de los Alfareros. La capilla toca las piezas nuevas de Estefanía Escobar, las que le ha compuesto a la escena, que va andando con amigos debajo que van saliendo contentos. Falta le hace a este mazacote del Jueves ir desprendiéndose de esa mala fama que tiene de pesado. Alguien tendría que explicar a los que reclutan que alardear de peso, echarle quilos como el que le echa gambas al arroz ajeno espanta más que ayuda.

El paso de palio va rozándole a la noche sus variantes cuando pasa a la altura de un termómetro que no marca bien los números de la temperatura que ha calculado. Se va de un lado a otro y me gusta ir al lado de estos capataces de martillo y martillo, subo con la Virgen y pasamos delante de una heladería que pone luz a la mortecina rambla de los Alfareros de recogida. Por aquí me suena a mi que se tocó la marcha de Manuel Martínez -el que sirve a, no el que se sirve- y Jesús de las Penas y una saeta y para adentro. Este año los hermanos se reunieron en cabildo y decidieron entrar así. Adentro aberturas negras en los antifaces puestos para el palio que cierra la puerta recogiéndose la cola de su manto y la del Silencio es ya una cofradía menos. Quedan tres y el Resucitado. Aquí tres.