1 de mayo de 2006

Porque no están para adornar

Esa es su grandeza. Aunque todo cambie a sus pies, aunque todo esté en continuo movimiento, siempre nos quedará la quietud de la calma que nos inspira. Nos hayamos inventado un Dios tan a la medida de nuestras flaquezas o no, el caso es que pocas veces es tan visible la realidad última del fin por el que nos acercamos a Él como en los días en los que baja de los altares para ser tocado, rozado, rezado con las manos en los diferentes besmanos y besapiés con que el almeriense se aferra en sus naufragios a esa tabla de salvación última.

Lástima que las Juntas de gobierno antepongan la comodidad de sus salas capitulares a la calidez de estos actos de cercanía. Más debieran ser los besamanos y besapiés de las diferentes representaciones plásticas de Dios que de poco sirven expuestas en sus capillas. Su razón de ser no es sino evidenciar la esencia, hacerse visible, palpable, explicar materialmente lo que nos cuesta entender por la intangibilidad de algunos conceptos. Y mientras se mantenga inaccesible a Dios, la distancia se irá pronunciando cada vez más. La clave y la diferencia del poder de convocatoria de una procesión como la del Corpus Christi y una de penitencia. La cercanía, la proximidad, me lleva a identificarme con; la distancia, a recelar. Y las cofradías tienen la llave de un candado mágico como es el de la devoción. Fomentémosla y no pretendamos alejar lo que por naturaleza nació cerca. ¿Si no, qué sentido tienen las imágenes; adornar?