En el taller de Arteaga se repite la triste historia. San Felipe se acomoda a las inclemencias históricas y acumula sobre los inertes músculos de su cuello y cara el mismo polvo que aún se sigue posando sobre él en una cercana parroquia. Allí permanece el recuerdo del que jugó a ser como el primer alfarero. Entre obras con igual destino. Gloria a los hijos. Y el mismo polvo que fueron es el polvo que las maquilla y enturbia su serena elegancia.
Mientras tanto, más polvo sigue acumulándose sobre el otro Felipe. Ya en 1672 pleiteaba una corporación de Santiago. Una cofradía como las de entonces, de las de sufragio, ánimas y, cómo no, aquello del polvo eres y en polvo te convertirás. Desde entonces, casi, duerme el sueño de los justos. Un sueño del que Arteaga talló metáforas que se despiertan cada Domingo de Ramos cuando empieza a caer la tarde.
Mientras tanto, más polvo sigue acumulándose sobre el otro Felipe. Ya en 1672 pleiteaba una corporación de Santiago. Una cofradía como las de entonces, de las de sufragio, ánimas y, cómo no, aquello del polvo eres y en polvo te convertirás. Desde entonces, casi, duerme el sueño de los justos. Un sueño del que Arteaga talló metáforas que se despiertan cada Domingo de Ramos cuando empieza a caer la tarde.