24 de junio de 2008

Consecuencias del 22. Una rebequita para Beckenbauer

Apasionados, con banderas izadas al viento de la noche, pesadas de alcohol, resacosas y por eso moradas. Aunque hablar de la bandera de España y mentar el morado puede derivar en nostalgias y polémicas. No es esa mi intención aunque el español cambie de bandera casi con la misma facilidad con la que se cambia de chaqueta. Ahora ya no somos pesimistas; el español de hoy es optimista rayando lo temerario. Villa ya dice que le dedicará un gol en la final a Quini, que no digo que El Brujo no se lo merezca, pero primero hay que jugar la semifinal, ganarla y luego que Villa marque en esa final en la que le quiere dedicar un tanto al delantero ovetense. Son sólo tres cosas sin importancia, pequeños detalles, lo sé, pero Franz Beckenbauer en su blog da como favorita a Rusia en nuestra semifinal y con dos campeonatos del mundo a sus pies (uno como futbolista y otro como seleccionador) tiene dos argumentos más que yo para aguarle la fiesta al guaje. Por cierto, que guaje fui yo también, sobre todo por las tardes de mis veranos en Asturias, con en esa interpelación en la fonda cuando iba a por plátanos de a duro: Guaje, ¿qué ye, oh? y lo poco que nos parecemos ahora el dorsal número siete del combinado nacional.

Lo que me hace dudar de Beckenbauer es que si Luis Aragonés que ha elegido a los que juegan, que los conoce, que está concentrado con ellos y, en definitiva, está en el ruedo y vaticinó un 2 a 1 frente a Italia que ni por asomo se produjo, ¿qué garantías va a ofrecer el que ve los toros desde la barrera? Con esas cosas luego pasa lo que pasa y se te queda cara de Álvarez del Manzano con un toro de Garcigrande saltando hacia ti si no aciertas. No preocuparse: debe de haber cientos de frases para justificarse. Yo sólo conozco un par de ellas pero los que se dedican a esto del fútbol las conocen y dominan aunque pocos alcancen el nivel de los argentinos para decir verdades como catedrales. Repasen algunas de Menotti. Los españoles conocemos las más tristes, las más pesimistas. Ya dije que somos derrotistas y no se nos debe olvidar que un pesimista no es sino un optimista bien informado, y a poco que uno busque, a poco que uno se informe, España no ha ganado nada importante en más de cuarenta años así que la información nos obliga a ser lo que y como somos. Nosotros y nuestra circunstancia, que diría Gasset. No nos queda otra. Quizá por eso el español cambie de chaqueta con esa facilidad pasmosa que nos caracteriza: como síntoma de rebeldía. Como nos toca ser pesimistas y, lo peor de todo, es que no nos queda más remedio que serlo, seamos optimistas aunque sea unas semanas cada dos años. Sólo así se explica (sólo así me explico) que se anime a un equipo que por una alegría que da se cobra cuatro o cinco disgustos.

Aunque ahora estamos en la fase eufórica, las fases de nuestra metamorfosis de probador de gran almacén no comienzan aquí. Olvidándonos de nuestro estado larvario de aficionado y que coincide con la clasificación más o menos cómoda, más o menos polémica, de nuestra selección, el español, en las grandes ocasiones, en las fases finales de los campeonatos a los que accede, se cambia de dos a tres veces la chaqueta. Empieza triunfante, victorioso él, con una chaqueta de gloria, de optimismo, de esperanza para cambiársela por la de agorero en el segundo partido. Que si sale bien, la cantinela se guarda para el siguiente. Total, alguna vez se cumplirá lo que vaticinamos y el "¿te lo dije, o no?" y el "si ya lo sabía yo" nos encanta más que a un tonto una gorra de cuadros.

Si pasamos de cuartos -algo que yo no recordaba pero tampoco sigo el fútbol con tal delectación como para recordar más allá de la anécdota- llega la duda. Los cuartos de final son esos meses extraños, de entretiempo, en los que no sabemos si llevarnos una rebequita o arriesgarnos a seguir en manga corta. Unos siguen aferrados al pesimismo y otros al optimismo; comienzan las divisiones. Unos se ponen la chaqueta de odio a los derrotistas; renegar de aquel que antes de ayer aún nos daba por eliminados. Aún porque desde que se supo que Italia sería nuestro rival, ya arrojamos la toalla y nos pusimos nuestra chaqueta de gran evento deportivo: la del derrotismo, como digo. Otros por su parte, mantienen su pesimismo. Si en agosto van en manga corta, en septiembre siguen así y sólo se abrigarán cuando haga realmente frío. o cuando ellos lo tengan que, para el caso, es lo mismo.

Pero más allá de la rebequita, pronto regresamos al rebaño, a la unanimidad. Sálvese quien pueda que, chaqueteros y ramplones, en cada pueblo, montones. Si no pasamos, todos damos por hecho que sabíamos que no íbamos a pasar y si lo hacemos, como estamos tan poco acostumbrados, se nos desata la euforia y si ayer no íbamos ni a pasar de cuartos hoy ya hemos ganado la Eurocopa. Los extremos se nos tocan y esta selección, que es de lo poquito nacional que le queda a España ahora que todo es estatal, que ofende menos, como el Instituto Nacional de Meteorología que ahora es una Agencia Estatal, une a extremisnas, a radicales y moderados, a liberales y a carlistas, por decir algo. Mientras la abuela va haciendo la rebequita. Que nunca se sabe lo que puede pasar en esos meses locos de resfriados que son los mundiales y las eurocopas. El jueves muchos regresarán con una rebeca al Ernst Happel Stadion por si refresca. Es un campo tan ovalado que parece la plaza de toros de Nimes en verde. No es mal sitio para cuajar una buena faena. Todo sea porque a Beckenbauer se le ponga cara de ex alcalde de Madrid.


La abuela que hace una bufanda, una manta o una rebeca,
vaya usted a saber, la he sacado del blog de Aiyana.