El Juicio Final, de Kris Kuksi en colección de Martin Stricker (Suiza)
y La lujuria y el auto-abuso en colección privada, Nueva York
y La lujuria y el auto-abuso en colección privada, Nueva York
Apareciendo de las entrañas de cedro del paso, floreciendo como la fruta del Árbol de la Redención, asomadas ellas a un mundo que no las quiere ver, que ni mira a las cuencas de lo que antes fueron ojos. Distinto es el trago. Es el realismo fantástico de Kris Kuksi una escena virtual para una cartela ideal. ¿Nadie la ve como la estoy viendo yo en un paso? El barroco ha vuelto (si es que se fue) replanteado en una apetencia formal.
Si la gloria de otros siglos la tallaron en la madera los que crearon una escuela, los que formaron parte de ella y, ahora, los que viven de aquellas rentas, no sería descabellado acudir a otras fuentes a beber del agua de la vida. Maravilla la de aquel paso capaz de transgredir la línea estética asumida ya como inamovible, inalterable. El encargo sin aires de Sanlúcar, sin calores de plateros ni joyeros y ventiscas. ¿No hay nadie capaz de verlo?
Hoy estamos llamados a sobredimensionar las miniaturas de Barbero Medina. Que se nos hagan grandes y se nos escapen de entre las manos las nuevas obras y por eso no alcancemos tampoco a verlas. No por ser dócil y tallar de otra manera debiéramos seguir teniendo presencia. Si no no hay paso que resista la carga emocional de atreverse a dar pasos en dirección a una piñata que no deja de balancearse como una grotesca espada de Damocles. Como grotesca -the grotesque- es la serie de Kuksi y sus denuncias. Como ese Niño Jesús de Praga, esa canina sin guadaña, esos remordimientos y esa asfixia, esos andamios y ese parietal y sus hojas de acanto, esos cuernos de la abundancia, de las desdichas. Esas falanges, esa tibia y esa mezcolanza ingenua en la boca. Esa mano/dique aguantando las entrañas del propio ser, putrefactas, viciadas y viciosas.
Ruíz Gijón nace en Utrera cuando el país de una nueva imaginería era una efímera superficie como en la que creció Kuksi. La decadencia de cuanto le rodeaba hace apenas veinte o treinta años pudiera ser la misma de la España en el siglo XVII pero con otro acento y otro idioma. Hoy revierten los conceptos, las formas, las viejas ideas, las nuevas propuestas; dándole vueltas a un asunto. El hombre sigue correteando por sus adentros como si el Bosco supiera de anatomía con la precisión de Juan de Mesa. Ver las obras de Kuksi hace recordar al uno (ver si no su The Anatomy of War). La imaginación hace el resto y aparece Mesa.
Nos gusta lo pasado, no reinventado. Ni siquiera desarrollado; explotado, usado y agotado. Montañés, Salzillo y sin necesidad de Aído, la Roldana; capaces de crear una obra de siglos. De su tahona salió el pan que aún comemos. Quién nos iba a decir que podían venir formas allende los olivos. Aceptábamos a Gregorio Fernández por aquello de que aún seguimos siendo mayoría los de educación nacional. Pero ahora los anaqueles soportan otra historia más ligera; apenas unos fascículos ahora que la historia es estatal, autonómica, federal. La cosa ha cambiado.
El remedio para tanta enfermedad, aunque nos conformamos con las lágrimas de alguna Virgen de Romero Zafra, podría venir de donde nadie espera. No vendrá. Sé emplear el tiempo verbal apropiado a la realidad. Efecto placebo en internet, en kuksi.com, la web de un escultor nacido en el mismo pueblo que los Simpsons. Esto no es serio. Antes los grandes de la imaginería no eran de donde nacían sino de donde pacían. Ahora eso es un lastre para aventurarse. Las cofradías no darían un paso así para hacer un paso así.