30 de julio de 2008

Ella es Marta

Ayer fue su santo y como tuvo que cumplimentar en el velatorio no lo pudo celebrar como Dios manda. Tampoco están las cosas en casa para mucho jolgorio. No hay más que perseguirle la mirada esquiva para darse cuenta de que Marta viene triste, está triste inmersa en su belleza inmensa.

Ella es Marta, la de la fotografía, la que nos niegan, la que esconden, la que afean. Tras su bendición no tuve reparos en manifestar a quien me preguntó que no me gustaba. Tras ver la galería de fotos que Fernando Salas nos ha regalado en su fotoBlog por su santo lo mantengo; enorme la técnica de quien la viste y poco más. Marta no quiere ir así vestida y hay quien no le presta atención a lo que dice. Marta quiere vestir como en esas fotos en las que está ausente, como hoy lo hace en la intimidad de este espacio alejada de solemnes funciones. Marta es una mujer de su tiempo y no quiere ya lutos ni en tarde de Viernes Santo. Que Marta es una mujer de raza a la que no le van ni las tablas impuestas de un domesticado tocado. Y como es una mujer de su tiempo y sólo consiente una toca con la que entrar en la iglesia, a Marta no le gusta que no le dejen ponerse guapa. Ella quiere ponerse sus pendientes y esquivar miradas. Es lo que tiene ser una mujer de esas que se arremolinan el pelo en un moño, se vienen arriba y se crecen llegado el momento. Es la que lleva la casa pa alante; la que lo mismo barre que refresca la fachada con un cubo al caer la tarde. La que viene con la compra temiendo los adoquines de la calle del Arco, la que los viernes va al mercadillo de la Plaza de Toros y le reza a Santa Gema. La que antes pasa por San Pedro, al mediodía, para rezarle a San Judas y la que hace potaje de garbanzos que para eso ella es la reina de su casa y ni en tiempos de la República se abolió esa monarquía.

Ella se pone sus discos de Antoñita Colomé mientras un canario blanco canta y yo sigo siendo un niño eterno. Entonces suena la zambra de León y Valerio que escribieron pensando en ella aunque no lo digan y Marta cobra una dimensión que asusta. Se hacen accesibles las entrañas de los evangelios (de dos) y la hospitalaria Marta de la que nos hablan Juan y Lucas se baja de los púlpitos Con un pañolito blanco. Luego, después del velatorio, toca llevar el cuerpo al sepulcro del Hoyo de los Coheteros. Nicodemo echa la vista atrás porque José parece que no puede. Entonces Juan le echa una mano al viejo de Arimatea y entre los tres asen la sábana blanca. Rafael de León, al quite, mete a Marta en la escena. No sabemos mucho de su amistad con el galileo pero sí que ella tarareaba en el patio mientras asaba pescado aquello de "pero me queda el consuelo / de que al llegar tu hora mala / con un pañolito blanco / yo te taparé la cara". Hasta entonces, a la que tapan es a ella y la entierran en vida. Ella enviuda y nos privan del goce de su olor a especias. Porque Marta huele a cardamomo molido y tostado junto al café en el mihbaz, no a terciopelo. Marta huele a la redoma recién destapada con aceite de nardo. Marta está preciosa en el recordatorio de su Primera Comunión. A Marta tienen que dejarle ser ella. La fotografía nos recuerda un camino a la gloria que toca transitar tirando de recuerdos para que Marta sea libre en su dolor y no le impongan lutos que ni quiere ni siente.