Se le fue el padre a Javier y a su madre le pusieron unos pendientes verdes que le regaló su hermano cuando ella ya no los podía ver, unos pendientes que llegaron tarde, zafios como siempre, ofensivos y desafiantes, descarados. No era lugar y, ni mucho menos, ya momento para colgarse esas inmerecidas medallas. Cómo me ha dolido hoy esa presencia, hiriente, falsa, inoportuna y oportunista mientras Javier te devolvía el saludo ausente.
Javier se ha quedado huérfano y con él un sillón y sus aromas a cedro, a tarde, a tertulia, a confesión, a confidencia de amigo, a consejo de padre, a visita que entra, a tertulia ampliada, a compañía, a esperanza, a deseo de vuelta, a despedida, a regreso. Hoy han desfilado ante él los que se querían asegurar de que estaba muerto, los que le temían, los que le envidiaban, los que urgan entre gusanos buscando el placer de su agonía ahora que piensan que su canonjía era la misma. Los que le mandan coronas, centros, los que le presentan respetos porque le respetaban, los que le odiaban, los que le admiraban, ¿los que le querían?
De allí vine, vengo, sin ver aflicción, juzgando presencias y condenándome por ello pero sin ver la pena asomada a ningún balcón aunque fuera a contemplar el espectáculo de los que han acudido a cumplimentar. Nada de ojos vidriosos. Sí, en cambio, pasos seguros. Sólo Javier se dejaba llevar sin saber adónde ir, ausente, muy lejos de allí. No quisiera ser él pasado mañana, cuando regrese al taller. Yo, al fin y al cabo seguiré pasando y, al mirar y ver el sillón vacío, continuaré mi camino, suba o baje por Lope de Vega pero él tendrá que despertar al sueño constantemente. Y cada parpadeo será un desayuno amargo de certeza. Se le fue su padre y sólo le quedó el sillón vacío que llenaba de humanidad el taller de imágenes inertes. ¿Quién quisiera ser él? En unas horas habrá acabado todo y para Javier empezará lo difícil; la digestión de algo que no alimenta.
Vengo de un velatorio extraño, con pompa y violines -han faltado canapés-, con políticos con escolta, con muchos sacerdotes, mucha jerarquía, con gente de comunión casi diaria, algunos semanal, con hombres temerosos de Dios, con monjas, con las puertas de la Catedral abiertas para que corriera el aire viciado que contenía la gran sala que antecede a la Gloria, con algunos cofrades que soportaron sus decisiones, con otros a los que mimó y pocas verdades he escuchado entre ellos más allá de la retórica de velatorio. En ese sentido, espléndida una de las (creo) cinco hermandades sacramentales, en presencia y en el análisis de algunos de sus representantes. Otras o no han estado a la altura o, directamente, ni han estado. Se ha muerto un cura al que muchos odian, lo sé al notar las esperadas ausencias, pero se ha muerto también el cura que permitió que las cofradías sean hoy lo que son y no me esperaba esas ausencias. En otros velatorios en los que no estuve se pedían calles para gente que hizo menos, mucho menos, por las cofradías. Hoy no se pedía nada. Afuera se fumaba, en la cafetería del Catedral se bebía y en el claustro se hablaba de la obra que está acometiendo el Cabildo. Pero nada de calles, ni plazas. Creo que no lo he escuchado porque los que tienen motivos para pedirla no tenían ganas para ir hoy a la Catedral. Se le fue el padre a Javier y muchos no saben ni lo que tienen que agradecerle. Otros han acudido con una balanza a la plaza de la Catedral como si fueran personajes recreados por Valdés Leal pero sólo con el plato izquierdo cargado, con demasiados NIMAS y ningún NIMENOS.
Ha muerto un lector de LIBREA. Éramos pocos y quedamos menos. La COPE andaba recabando panegíricos entre los presentes que mañana escucharemos. Son cosas que le importan poco a Javier que se ha pasado la tarde y la noche dudando entre irse a llorar a su cama o quedarse a velar la refrigerada presencia, entre adelantarse a mañana e irse ya a vivir de recuerdos o seguir acariciando el presente, su vida, la madera, al que fue como un padre. Yo me lo he dejado allí agotando su particular interpretación del verso de Rilke: y sin cesar jamás de despedirnos.
Javier se ha quedado huérfano y con él un sillón y sus aromas a cedro, a tarde, a tertulia, a confesión, a confidencia de amigo, a consejo de padre, a visita que entra, a tertulia ampliada, a compañía, a esperanza, a deseo de vuelta, a despedida, a regreso. Hoy han desfilado ante él los que se querían asegurar de que estaba muerto, los que le temían, los que le envidiaban, los que urgan entre gusanos buscando el placer de su agonía ahora que piensan que su canonjía era la misma. Los que le mandan coronas, centros, los que le presentan respetos porque le respetaban, los que le odiaban, los que le admiraban, ¿los que le querían?
De allí vine, vengo, sin ver aflicción, juzgando presencias y condenándome por ello pero sin ver la pena asomada a ningún balcón aunque fuera a contemplar el espectáculo de los que han acudido a cumplimentar. Nada de ojos vidriosos. Sí, en cambio, pasos seguros. Sólo Javier se dejaba llevar sin saber adónde ir, ausente, muy lejos de allí. No quisiera ser él pasado mañana, cuando regrese al taller. Yo, al fin y al cabo seguiré pasando y, al mirar y ver el sillón vacío, continuaré mi camino, suba o baje por Lope de Vega pero él tendrá que despertar al sueño constantemente. Y cada parpadeo será un desayuno amargo de certeza. Se le fue su padre y sólo le quedó el sillón vacío que llenaba de humanidad el taller de imágenes inertes. ¿Quién quisiera ser él? En unas horas habrá acabado todo y para Javier empezará lo difícil; la digestión de algo que no alimenta.
Vengo de un velatorio extraño, con pompa y violines -han faltado canapés-, con políticos con escolta, con muchos sacerdotes, mucha jerarquía, con gente de comunión casi diaria, algunos semanal, con hombres temerosos de Dios, con monjas, con las puertas de la Catedral abiertas para que corriera el aire viciado que contenía la gran sala que antecede a la Gloria, con algunos cofrades que soportaron sus decisiones, con otros a los que mimó y pocas verdades he escuchado entre ellos más allá de la retórica de velatorio. En ese sentido, espléndida una de las (creo) cinco hermandades sacramentales, en presencia y en el análisis de algunos de sus representantes. Otras o no han estado a la altura o, directamente, ni han estado. Se ha muerto un cura al que muchos odian, lo sé al notar las esperadas ausencias, pero se ha muerto también el cura que permitió que las cofradías sean hoy lo que son y no me esperaba esas ausencias. En otros velatorios en los que no estuve se pedían calles para gente que hizo menos, mucho menos, por las cofradías. Hoy no se pedía nada. Afuera se fumaba, en la cafetería del Catedral se bebía y en el claustro se hablaba de la obra que está acometiendo el Cabildo. Pero nada de calles, ni plazas. Creo que no lo he escuchado porque los que tienen motivos para pedirla no tenían ganas para ir hoy a la Catedral. Se le fue el padre a Javier y muchos no saben ni lo que tienen que agradecerle. Otros han acudido con una balanza a la plaza de la Catedral como si fueran personajes recreados por Valdés Leal pero sólo con el plato izquierdo cargado, con demasiados NIMAS y ningún NIMENOS.
Ha muerto un lector de LIBREA. Éramos pocos y quedamos menos. La COPE andaba recabando panegíricos entre los presentes que mañana escucharemos. Son cosas que le importan poco a Javier que se ha pasado la tarde y la noche dudando entre irse a llorar a su cama o quedarse a velar la refrigerada presencia, entre adelantarse a mañana e irse ya a vivir de recuerdos o seguir acariciando el presente, su vida, la madera, al que fue como un padre. Yo me lo he dejado allí agotando su particular interpretación del verso de Rilke: y sin cesar jamás de despedirnos.
Fotografía: La Voz de Almería