El Nobel de la Paz para quien habla de ella, para quien juega a hacer una literatura etérea del dicho. Humo, Obama y el premio que le llega nuevamente a las ganas de saltar. Hay quien ve en ello mérito suficiente —son los mismos que piensan que Obama es negro— quizá son los mismos que aún se preguntan qué hace la paloma de Picasso en las manos de aquella mujer que en 1855 fotografió Hugh W. Diamond dejando en forma de estampita para la cartera la imagen de la altiva mirada de alguna enfermedad mental cuando esas cosas tenían una dimensión distinta.
Es curioso que la paz la representemos con una paloma con una ramita de olivo en el pico. Ese es el arte del eufemismo que bien domina el Goebbels de las cejas circunflejas, que envalentonado por la negritud de Obama ha emprendido la carrera hacia el sillón ZP de la RAE que si no existe, existirá. Él hace esfuerzos titánicos por disfrazar la realidad recurriendo si preciso fuere a artificios que niegan lo evidente. Si las cosas se pueden hacer bien, mal o regular, si las siglas te dan de comer te inventas otra más: 'menos bien'. Simpático reportaje de Jorge Bustos en la ÉPOCA de esta semana, compendio de los manuales de texto del partido. Es el primer paso para que te den un Nobel, como han justificado este año los suecos. El premio al mejor saltador para el que tiene ganas de dar el mejor salto, no para el que lo haya dado. Por eso empiezo a creer que el Nobel de la Paz no es más que otro peligroso eufemismo. Mi abuelo siempre decía que las palomas son ratas con alas.