Se quejaba con maldad Arteaga de los que se quejaban con maldad de una imagen que acababa de hacer. Que si los ojos son de éste, que si la nariz recuerda a este otro, que si la boca es de aquél. Vamos, que si se parece a tantos es que no se parece a ninguno venía a decir. Eso mismo pensé yo que pienso que no hay nada nuevo bajo el sol, que aquí está todo inventado y que la cosa esta de la imaginería está más muerta en Almería que una palmera del parque con picudo rojo. Pero lo de la imaginería ha sido sólo un tropiezo temático en esto que digo, que vienen los americanos de las Coplillas de las divisas que cantaba Lolita Sevilla a escuchar chicharras en el campo naif del sur de España y Gunilla. Nosotros los recibimos con alegría, ole mi madre, ole mi suegra y ole mi tía porque de las mujeres es el mundo. La mujer de Obama se trae a una de las niñas a Marbella y entre los demócratas presidentes se ha corrido la voz de lo del atardecer en la Alhambra y regresa el siguiente, la parienta para ser más precisos, a ver cómo el horizonte se traga monedas de sol como las tragaperras de un bar con serrín en el suelo y marineros en tierra. Manolo Morán, ay, si levantara la cabeza se reiría de cómo España está como igual pero sin mantillas para entrar a misa en Santiago. Que se nos ha venido la mujer de Obama como rocío del cielo anglosajón, ébano ella y ebanito la cría que se ha traido dejando al marido en la Casa blanca. Eso de la casa blanca aquí es otra cosa; es una casa con la fachada blanca y obvia, zaguán breve como portal rápido donde las mujeres fuman que está en la antigua calle de Vargas por la que las mujeres de mi barrio pasaban para ir a comprar a la Plaza cuando dentro del esqueleto de hierros y madera había un buche de frutas y pescados, verduras y encurtidos varios, chacinas a la sed y un Barea cerrado. Obama está en la otra, la que que controla el mundo y es grave como la gravedad que nos atrae, dominio, imperio. De las mujeres es el mundo que cambia pero España sigue con el mismo hambre dándole bocaos de miseria a pelo y a pluma, que nos gusta la carne y el pescado, que nos da igual encamarnos con Mr. Marshall que ponerle una ese a la abreviatura. Lo que no cambian son las chicharras y la alegría con la que recibimos a los americanos.