16 de diciembre de 2009

Toros, los toros

Ay, Carmela. Eso le diría un toro a su tora si aquella se llamara Carmela y aquél no fuera soltero. Ay, Carmela, que me llevan al matadero. Y se llevan el toro a una plaza de provincias donde todo vale y todo se aplaude para que una minoría pueda tirarse el resto del año renegando y defendiendo la pureza de sangre de su afición. Los taurinos son del sur parece el título de una película de Pajares y Esteso pero en verdad es la verdad. Es lo que hay. Los taurinos son del sur; del sur de Europa, no los busquen al norte -no, al menos, entre los indígenas- porque por ahí arriba nieva y la sangre sobre el blanco canta hasta La Traviata. Por eso los taurinos son del sur, porque aquí no nieva; aquí hay tierra, un pedregal por el que se filtra la sangre de la maté porque era mía, las vendettas y los honores. Aquí se mata a tijeterazos si hace falta y pocas cosas hay más del sur de Europa que la sangre reseca y las moscas. Los españoles del treinta y seis son el tintero que ha escrito así la historia y antes que ellos otros. Goya también tiene mucho de sangre reseca y recorriendo a la inversa el camino rojo llegamos a una herida que no es la primera pero es de una importancia tal que se desangró entonces el arte tanto que ahora cada vez que llueve se llena la oquedad de agua y aún sigue bebiendo la imaginería, esa mezcla de escultores y pintores que hace trescientos años jugó a la medicina forense.

Dicen que algunos pusilánimes salen mareados de la National Gallery tras ver 'Lo sagrado hecho real', una muestra a la que le queda un mes en Londres que 'recoge trabajos de grandes artistas del s. XVII cuyo objetivo es hacer real lo sagrado, de forma descarnada, cruda y austera, con el fin de conmover al espectador'. La sangre dicen que es tanta que en realidad no es tanta pero para los anglicanos, ay, Carmela, vaya que si les parece tanta (o más) la sangre que allí les han llevado. Ellos son más de ir a Roquetas o a Mojácar que de darse un paseo por las iglesias nuestras de cada día y ver goterones de sangre y surcos de altos niveles de hematocrito recorriendo torsos o descendiendo por las canillas del Señor. Y eso que aquí tenemos jovenzuelos barroquizados ellos, que beben de la oquedad. Otros usan esa paleta y, como John Fulton, pintan toros con sangre de toro. La letra con sangre entra. Por eso aquí siempre habrá toros. Incluso aunque la III República queme la imaginería devocional almeriense y la Feria no sea en honor de la Virgen del Mar sino de Lerroux; podrá cambiar todo menos los toros. Aunque no vaya gente a las plazas y el negocio deje de ser rentable porque eso nunca será en el sur de Europa. Esto es España, donde los toros llevan una inercia de siglos corriéndose y litros de sangre a sus espaldas -metáfora del tiempo, no del lomo, que también- que hace imposible contener los ríos de tinta que vierten todos los años y pese a las barberías, simpáticas anécdotas, la fiesta no peligra porque es, precisamente, eso: una fiesta, una orgía de vino y sangre y ya se sabe la antigüedad del oficio de puta.