Con la luz blanca y los zapatos hicieron toda la película de las tardes de mi niñez entre sus paredes. Aquellos señores eran como las manchas de sus chaquetas y la tinta impresa de sus dedos, los periódicos grapados en ediciones del YA, el ABC o el Marca y Mariano en la puerta dándome bola y jugando al ajedrez de aquellos aromas que ya no se borran en un cuartucho muy de cine negro. Ellas en una zona acotada por las bolas de su bingo y ellos desparramados por entre tableros, mesas, sillas de un mimbre de crujidos celestiales y paseos hacia donde sólo podían ir los hombres. Aquellos señores me parecían todos muy mayores. Lo eran aunque alguno aún vive y pasa ante mi muchas otras tardes como un recuerdo arrugado. Hiciera calor afuera o hiciera frío, el don por delante para unos señores que eran la presencia física y real de todo un siglo en mis retinas. Arriba eran los juegos de la niebla a los que sólo podía aspirar a escuchar. Y carreras. Sin ocupar el ascensor porque siempre había alguien con el don por delante y toda la vida por detrás que lo tenía que usar para subir o bajar.
Allí estaban los que habían ganado una guerra, los que habían pasado por depuración y los que la perdieron. Bichos raros con la piel curtida y cosida que se habían olvidado del horror. Jubilados ya; a punto de, el más joven. Médicos, oficinistas, funcionarios, ingenieros, comerciantes, militares. Y un veterinario, que es como un médico pero con alma. Allí se avanzaba con los pantalones de otro tiempo y otras cinturas, algunos bigotes exóticos entonces, vestigios, que se acurrucaban en torno al papel grapado. La luz tenía el detalle de cambiar con las horas del día. Yo recuerdo poco la de la mañana. Mi hábitat natural era una simpática hoja de acanto como la de sus azulejos pintados a mano proyectando una ausencia de luz muy larga presagio de la noche pronta de los noviembres. Olor a tacabo antillano y un suspiro escuchando a Corbacho. Mañana, en la prensa, se van a enterar de que las veleidades de uno de sus hijos les va a hacer retornar a los años administrativos. Dos más, dicen. Más tres que les quitaron en el treintayseis, cinco a cuenta del ¿Estado del bienestar?