Iniciamos el recuerdo de la Semana de la mano de las que vi, de las que me inspiraron. Hoy la del Rosario, la cofradía de mi calle, la de mis vecinas. La cofradía de mi calle lleva una capa en cada nazareno, una sombra sobre sus cabezas y unos faroles ridículos. Saca sus pasos con dificultad y algo de miedo y se los lleva por el ala oeste del barrio. Luego se los trae a la este y cuadra el círculo de su Sábado de Pasión en torno al que gravita el resto del día. Lleva detrás una cofradía más nueva que ella, que viene de San Roque y se trae crucificado al Cristo del Mar que antes sacaron de San Juan una noche de cabildos y ahora portan nostálgicos de una forma de cargar que se evapora como el sudor de los pañuelos de su frente. A lo lejos le gira en otra órbita otra cofradía de barrio en su barrio y cuando los calendarios son caprichosos le ponen un traslado u otro. Que si en la Cruz hacia el Museo que si descendido hacia el Sepulcro. Este año tocó la suerte de la Caridad, de parroquia franciscana a parroquia franciscana y el Rosario del Mar arrojando luz y calor a los cofrades del día. Cuando pasa por la plaza de San Pedro en la iglesia que le da nombre hay una misa repleta de bancos repletos y gente bajo el coro contemplando los pasos oscuros y escondidos. Sería interesante echar cuentas de la asistencia a esa misma hora, en esa misma parroquia y ese mismo día una semana más tarde. O dos. Es una manera como otra de calibrar la fuerza y presencia de las cofradías. Como la que va por la calle. Muy rápido.
Si irá rápida la cofradía que lo mismo pasa por la Alcazaba o la calle de Almanzor que pasa por calles con nombres de emperadores. Y las que no, las bordeaba, arrimándose por esquinas a filósofos y poetas de la Roma que no conocimos. Y ha subido cuestas. Y las ha bajado. Y delante el Señor de las Penas y los tan traidos y tan llevados ruscus. La anécdota -entre muchas- el llamador de Rafa Morcillo, que no es suyo, ni siquiera de la Hermandad. Por la mañana se rompió. Llevó al cielo a la Virgen del Rosario un llamador antiguo que alguna vez salió en alguno de los pasos que sacó el Prendimiento. Ismael también lo tocó a eso de las nueve y poco de la noche, cuando la Virgen del Rosario dejó los limoneros de la plaza de Bálmez para adentrarse en la oscuridad previa al gentío con una marcha de Cebrián que disfrutamos cuatro. La Virgen viene de haber recorrido las calles que yo recorro a diario y eso me gusta. Ha pasado por el Cubo de la Catedral con la holgura de ser la única que pasa por ahí sin miedo.
Por la puerta de mi casa pasa. Una vez fue a pasar la Buena Muerte pero le llovió así que por aquí sólo pasa la Virgen del Rosario. Las dos veces. Viene de un giro y otra cuesta. Manuel Garín al frente de su banda y un repertorio, mete Mater Mea. Se saca del bolsillo una lista, un listado para ver qué toca. Va bien, ajustándose a lo que la Hermandad de la ha pedido. A la salida ha sonado Jesús de las Penas, la de Pantión, que ha hecho entrañable la salida de las primeras capas. Desde un balcón que da a la Casa del jardinero canta una saeta Mar Paris -anque creo que el apellido artístico es el segundo, Canet-. La Virgen viene de sonar Amarguras y el incienso huele muy bien. Tiene que ser la luz, a contraluz el incienso huele mejor, y el sol poniente se trae rayos desde el puerto pesquero. Unos son blancos y otros amarillos aunque dicen que son dorados. Pero a mi me parecen amarillos, como las rayas del fajín hebraico que le ha puesto este año Álvaro Abril a la Virgen del Rosario y que ya parece que llevamos viéndoselo toda la vida. Es en lo que no dejo de pensar durante la tarde de contrastes de una misma cofradía en torno a la que ha gravitado el día. Como ese Pescaíto lleno de gente y la holgura del tránsito de esta cofradía en la esquina de la calle Guzmán con la de Antonio González Egea. Así que cuando veo a Paco Rentero me doy cuenta de que al Sábado de Pasión le quedan minutos y en la puerta de la capilla le quitan los zancos a los pasos de la cofradía de mi calle.