La casa de hermandad del Prendimiento es palacio, dicen, como fue patio de vecinos y carreras desprovistas de miedo al cimbreo de un suelo hueco y viejo. Para mí que todavía andaba Miguel Úbeda por allí. El suelo de aquella primera planta era de un marrón cortijero y a cada puerta, luego, le seguían losas de casa antigua. Me acuerdo de las losas negras y blancas que repartían la incipiente vida de hermandad cuando enfrente aún tallaba Manolo Llamas. Me acuerdo de que al entrar en lo primero que ocupaba la hermandad, a mano izquierda, había una ventana y una mesa muy curiosa que daba la bienvenida con un extremo ocupado por una imagen de San Ramón Nonato, mercedario el hombre, un Crucificado en el centro y una Biblia ilustrada. Aquella Biblia siempre, y siempre es poco, estaba abierta por una página cualquiera que permitía ver una estampa con la crecí en lo cofrade, repleta de romanos de anacrónicas defensas y armaduras, brazos alzados e hirientes, ofensivos contra un atribulado y pálido Cristo que recibe un beso. Lo había pintado Caravaggio por el XVII o así y hace un par de años que andaba desaparecido tras el robo al que fue sometido. Ahora lo han recuperado en Berlín y yo me he acordado de que, al entrar en la casa de hermandad del Prendimiento, era siempre lo primero que se veía.
28 de junio de 2010
Aparece lo primero, tras el robo
La casa de hermandad del Prendimiento es palacio, dicen, como fue patio de vecinos y carreras desprovistas de miedo al cimbreo de un suelo hueco y viejo. Para mí que todavía andaba Miguel Úbeda por allí. El suelo de aquella primera planta era de un marrón cortijero y a cada puerta, luego, le seguían losas de casa antigua. Me acuerdo de las losas negras y blancas que repartían la incipiente vida de hermandad cuando enfrente aún tallaba Manolo Llamas. Me acuerdo de que al entrar en lo primero que ocupaba la hermandad, a mano izquierda, había una ventana y una mesa muy curiosa que daba la bienvenida con un extremo ocupado por una imagen de San Ramón Nonato, mercedario el hombre, un Crucificado en el centro y una Biblia ilustrada. Aquella Biblia siempre, y siempre es poco, estaba abierta por una página cualquiera que permitía ver una estampa con la crecí en lo cofrade, repleta de romanos de anacrónicas defensas y armaduras, brazos alzados e hirientes, ofensivos contra un atribulado y pálido Cristo que recibe un beso. Lo había pintado Caravaggio por el XVII o así y hace un par de años que andaba desaparecido tras el robo al que fue sometido. Ahora lo han recuperado en Berlín y yo me he acordado de que, al entrar en la casa de hermandad del Prendimiento, era siempre lo primero que se veía.