21 de junio de 2010

Caín y Abel, el mito actual

Hablaba con Rocío en pelo corto, sagaz y ácida como es ella ante mí, y me decía que hay que ver, cómo nos tenían engañados a todos con las medidas de seguridad del camarín. Luego escuchaba a Esquivias hablar de cómo las cámaras de seguridad habían recogido todo y el brazo se le tenía que balancear grotescamente en la redondez de su basílica. Habrá que cuestionarse las medidas de seguridad o su utilidad cuando la cosa no fue más porque (otra vez soy Esquivias en palabras) 'providencialmente había dos policías de paisano en la basílica'. Ay, la providencia, ese nombre de rancho de película. Asusta, así, en frío, escribiendo a recortes de aquí y allá en ediciones digitales con prisa que el causante dijera 'es que yo soy el hijo de Dios'. Coño, como todos. Cunde el estupor ante tanto hijo de Dios que se crea con derecho a burlar las medidas de seguridad del camarín del Señor del Gran Poder. El escalofrío es aún mayor cuando estas cosas pasan aunque suene ahora en el silencio de la noche más corta del año en la plaza de San Lorenzo. Afortunadamente hoy ha sido allí y la reprecusión del agravio igual en otros puntos y otros altares y otros templos y otros hijos de Dios es mayor. Afortunadamente ahora aprenderemos cómo hacer las cosas para cuando nos toque. El recuerdo malicioso e inmediato está en San Jacinto. A diario ocurren cosas peores. De hecho a diario ocurren cosas malas y no nos estremecen como lo de esta noche en la que, pese a todo, la providencia, la divina providencia, ha impedido que lo grotesto llegara a dantesco, o al revés. Lo que escandalice más. Con la de hijos de Dios que mueren a diario o pasan hambre, o sufren enfermedades (engorde cada uno su lista a capricho) que otro hijo de Dios ataque una imagen del hijo de Dios y otros hijos de Dios nos estremezcamos por las cosas que le pasan a unos hermanos y no a otros es para que papá se preocupe. Caín y Abel, el mito actual.