La muchacha de los ojos claros, ojos que me dan miedo, felinos y traicioneros, es Sara Carbonero. Ella se mete en la cama de Casillas por las noches con esa mirada grande y firmeza en la piel y otras es él el que se mete en la de la muchacha de ojos claros y un pueblo de Toledo sin los guantes del debate. Ellos se gastan la juventud dándose al fornicio propio de los que pueden, no siempre en la cama del otro, que habrá veces que recurran a las de terceros. Así la economía de este país no empeora fluyéndole el dinero a la actividad y ambos se acuestan, pueden, con la conciencia tranquila tras unos días en los que tanto se ha hablado de la cama del uno y de la otra y tanto se ha cuestionado lo que hace dos años era incuestionable: los guantes de Casillas. Reina o Valdés le dan capotazos al 1 de la roja dignos de salir en La casa del arte y dejan a los periódicos deportivos sin portadas y sin debate sucesorio, como funciona todo en España. Así que las portadas son de otro tipo y al final se habla menos de la que se está llevando Zapatero cada día que es menuda y lo poco que nos queda para disfrutar. Porque a mí Sara Carbonero no me sirve para disfrutar. La chavala en sí no me gusta ni para buscar fotos en Google que es una forma actual de obtener placer como otra cualquiera. Triste pero normal. Sara Carbonero no me gusta ni para escucharla como no me gusta escuchar a su jefe, el afortunadamente silenciado J.J. Santos. Ambos han hablado poco en este primer partido contra Suiza y el otro no ha podido equivocarse más. En realidad los dos hombres que orbitan en torno a Sara Carbonero hoy/ayer no han estado afortunados.