Hoy que estaba el día en feliz lluvia y poco más, los caballos de la plaza circular se han estremecido al contacto de dos vehículos que transitaban el paso para peatones del que acababa de hacer uso. Si es que caen cuatro gotas y no sabemos conducir sin chocarnos con el de delante. Y caen cuatro gotas y nos florecen los boniatos costumbristas. Llegaba yo a la peluquería en cuesta a la que voy y me he leído los pies de foto de algunas páginas sueltas de La Voz de Almería. En una hablaban de un bajorrelieve de San Valentín empitonado al buen gusto en el centro de la plaza de Campoamor, la que hace no tanto era aún casas. Y rodeado de unos hierrecitos para que las almeriensas asistan encantadas y derretetidas al resol de un día nublado como el de hoy al espectáculo de su Antonio de turno poniéndole un candadito para sellar el amor que algún don Antonio acaba de explicarle en los cursillos prematrimoniales. Tomo aire.
El alcalde ha ido sin banda a decir que esto va a 'hacer más atractiva la oferta turística almeriense' aunque el gusto con el que se ha colado la cosa ahí es dudoso. Luego estará el negocio. Lo raro es que no haya ya quien venda candados al lado del coso ese. Y más tarde pasará la euforia aunque ni está ni se le espera. Esto se hace por hacer, porque es barato y entretiene pero aquí no tiene futuro. Mientras yo espero y otros pegan tijeretazos al pelo ajeno me entero de que eso se propone ahora, aquí, como hacen los que se quieren y son cursis en Roma, que hay un puente que no sé qué, que no sé cuánto. Claro, lo harán los que van de viaje de novios y esas cosas que se hacen ¿pero a Almería quién viene de viaje de novios? No pretenderán que la cosa surja de los aborígenes porque somos tela de siesos para eso y más. ¿Quién es capaz de ir a Lolica a comprar pan, chóped y un candado? Las cosas que surgen, mira, vale, bien, pero las que no, mira, no. A este lado de la Rambla las cosas funcionan así y negarlo es engañarnos. O pretenderlo.