Halloween se va. Nos trajo las tardes cortas y se ha ido hasta el año que viene. Aunque llegará antes. Tanto que a veces pienso que no se llega a ir. Los USA se exportan en canales que emiten series en las que se vende a precio de saldo sus cosas, como Papá Noel o Halloween. Las series americanas son de dos tipos: buenas o malas pero ambas coinciden en vender bien su way of life. Las series españolas, en cambio, no lo saben (ni quieren) vender pero coinciden, eso sí, en que son malas. Las series españolas están para satisfacer el placer españolísimo de ver por verle las tetas a la de turno. Poco más. Los que no tienen gusto a Ana de Armas y los que sí a Nathalie Poza que es Claudia o ella en un papel suyo ahora en Hispania. Por hablar de una serie que es ahora. Y luego están las similitudes, las sombras o el eco, que son los intentos a la americana de quitarse la caspa. Tú ves Becker, un médido cabreado que se pasa la vida entre su consulta y una cafetería o te conformas con Médico de familia y Los Serrano, series de un médico viudo y medio lila que tenía muchos hijos y una chacha andaluza y, la otra, peripecias vitales y cutres de dos hermanos que tenían una taberna y más hijos todavía. Adivinen cuál es la buena. O cuáles son españolas. Luego las series malas que Estados Unidos las exporta también y hasta mejor también las ven nuestros niños. Nosotros para ellos creamos avergonzados y acomplejados muñecos asépticos. Los Lunnis entretienen idiotizado al futuro presidente de la III república que para entonces será. Las cosas que España fabrica para sus niños son pura mierda de colorines. Así que los niños crecen empapados de lo que han visto en ese crecer. ¿Qué? Esas series americanas malas y esas películas americanas, más malas aún, en canales que acerca un satélite. Series y películas, buenas o malas, en las que, eso sí, ellos venden lo suyo y nosotros lo compramos. Y luego nuestros mayores se quejan. Así que en España somos de cagarnos en los muertos de Papá Noel, que las tesis cuanto más blasfemas y violentas sean más convencen. Muerte al gordinflón, escucho. Halloween es una gilipollez. Y el odio patrio nos lleva a sentarnos cuando pasa la bandera de los USA. Y cuando pasa ya se nos acaba el orgullo nacional. Somos de devorar pantallas americanas pero, sobre todo, de devorar lo que devoran los americanos. Los números cantan: más 400 franquicias de McDonald's en España, ¿cuántas de la Charka?
Una series/película en las que los protagonistas vean con naturalidad (sin que explote la Virgen) una procesión, coman jamón y queso o lleven a sus niños a Simago a echarse una foto con los Reyes Magos. ¿Lo nuestro? Por lo menos lo mío sí. Aunque lo mismo el problema es que no existe un 'lo nuestro' y en España, más allá de ver unas tetas y hacer películas lentas sobre las secuelas de la Guerra civil no somos capaces de más. Como mucho de hacer todo eso a la vez, en drama o en comedia aunque en ambos casos terminaeos riéndonos de los mismos, los tarados que las protagonizan: Willy Toledo, Santi Millán, Antonio Resines, ¿les suenan, eh? Claro, ustedes también se han reído de ellos. Como cuando Willy Toledo fue a hacer de supermán a Marruecos y esa noche durmió caliente. Son gente simpática que provocan la risa en lo que hacen. Son a España las burbujas de la Coca-Cola que nos tomamos los que queremos ver una buena serie. Nada. Así que llegan los americanos a hacerse sus series, a metérnosla doblada y conquistar la patria intelectual de nuestro futuro. A nuestros niños ya los tienen ganados y uno de esos niños presidirá la III república y todos los demás trabajarán para él. O todos, incluído el niñito republicano trabajarán para los ayatolás que habrán conquistado de nuevo la península. Entonces aquí no sabremos qué hacer y todo será caos y confusion, imponiendo los de abajo sus cinco oraciones al día y esas cosas y nuestros niños, hombres ya, desconcertados porque los ayatolás no les dejan disfrutar de Halloween ni pedir caramelos como siempre hicieron. Nosotros estaremos criando malvas y maldiciendo al que antes estuvo en nuestro mismo nicho o al que incineraron antes en el mismo horno. Nos estaremos cagando en nuestros muertos —que la queja ha de ser así como brutal, primitiva— porque se ha perdido lo nuestro aunque. Aunque, ¿a ver si es que no existe ya un 'lo nuestro' que perder?
Una series/película en las que los protagonistas vean con naturalidad (sin que explote la Virgen) una procesión, coman jamón y queso o lleven a sus niños a Simago a echarse una foto con los Reyes Magos. ¿Lo nuestro? Por lo menos lo mío sí. Aunque lo mismo el problema es que no existe un 'lo nuestro' y en España, más allá de ver unas tetas y hacer películas lentas sobre las secuelas de la Guerra civil no somos capaces de más. Como mucho de hacer todo eso a la vez, en drama o en comedia aunque en ambos casos terminaeos riéndonos de los mismos, los tarados que las protagonizan: Willy Toledo, Santi Millán, Antonio Resines, ¿les suenan, eh? Claro, ustedes también se han reído de ellos. Como cuando Willy Toledo fue a hacer de supermán a Marruecos y esa noche durmió caliente. Son gente simpática que provocan la risa en lo que hacen. Son a España las burbujas de la Coca-Cola que nos tomamos los que queremos ver una buena serie. Nada. Así que llegan los americanos a hacerse sus series, a metérnosla doblada y conquistar la patria intelectual de nuestro futuro. A nuestros niños ya los tienen ganados y uno de esos niños presidirá la III república y todos los demás trabajarán para él. O todos, incluído el niñito republicano trabajarán para los ayatolás que habrán conquistado de nuevo la península. Entonces aquí no sabremos qué hacer y todo será caos y confusion, imponiendo los de abajo sus cinco oraciones al día y esas cosas y nuestros niños, hombres ya, desconcertados porque los ayatolás no les dejan disfrutar de Halloween ni pedir caramelos como siempre hicieron. Nosotros estaremos criando malvas y maldiciendo al que antes estuvo en nuestro mismo nicho o al que incineraron antes en el mismo horno. Nos estaremos cagando en nuestros muertos —que la queja ha de ser así como brutal, primitiva— porque se ha perdido lo nuestro aunque. Aunque, ¿a ver si es que no existe ya un 'lo nuestro' que perder?