Hoy me decía uno que el rey santo Fernando se casó en noviembre antes de quedarse en los huesos. El dato ha quedado ahí, en la imprecisión máxima de no concretarme en cuál de los 30 días naturales del mismo pero al llegar a casa ha bastado un par de clics pera refrescar con ternura quién era el rey santo Fernando. No quería lo de su boda. Ni lo del menú, que ya me veo al tercero de los hijos de la Berenguela (pero que luego no fue Fernando III por eso, ¿eh?) teniendo que ir al Aben-Humeya, aquí en Huércal, porque Beatriz Isabel quería una boda con clase y al santo casi se le atraganta la cosa. Yo quería encontrar otro dato de esos que tienen más chicha para el blog, de esos que engordas la entrada tirando de recuerdos y lo mismo alguien lo lee y dice, coño, es verdad, yo también y esas cosas que pensamos/decimos cuando nos pasan. Yo buscaba la estampa del San Fernando casi ya de la familia de tanto que muchos lo trataron por la Catedral. ¿Quién no se acuerda de Fernando magullado y a mano? San Fernando arriba, polvo siempre, cuando estaba arriba. Otras veces estaba olvidado en la antesala del placer y los efluvios, en una mesa muy mortuoria, con un cuadro de guerra con barcos pegándose cañonazos adonde iban a coger agua para las flores o se ponían en remojo directamente las noches de vísperas las mujeres que hacían recados para los floristas con pluma que adornaban los pasos. Y las tardes de catequesis cuando la Catedral tenía adentro una parroquia cerrada pero había vida de viejos y poca luz y un suelo blanco y negro con rayas de losa partida. Este santo daba vueltas de un lado a otro. Unas veces estaba sobre la puerta del Cabildo nuevo que da al claustro que lo mismo te lo bajaban y lo arrinconaban en otro lugar. Tengo entendido que algún funcionario del SAS le recetaba cambiar de polvos cada cierto tiempo. Por eso los niños de las catequesis de entonces jugaban con la espada, que llamaba mucho la atención y encima siempre sobrevivió, tentadora ella, al peregrinar del santo. Luego, por las noches, los niños de la catequesis se iban a sus casas y venían otros niños, hijos de los hombres que montaban pasos y la infancia regresaba al rey santo Fernando pero con otros ojos y otra luz. Entonces de Fernando nos llamaba la atención la capa de armiño. O que yo me pensaba que era de armiño y lo mismo lo fue pero luego le echaron un repinte de restauración rápida. Y la bola del mundo que sostenía con sus mares de plata y sus continentes de oro que no lo eran pero así estaban pintados. Yo me acuerdo que el rey santo los enseñaba orgulloso. Lo mismo eran regalos de boda. Hoy mismo pudo haber sido aquella boda; el que me lo dijo no me precisó el día así que a saber si no estamos de aniversario. Sea como fuere, el caso es que a Fernando no se le ve el pelo desde hace un tiempo. Se ve que cada vez lo arrinconan mejor.