9 de noviembre de 2010

Salus Infirmorum. Manuel Borrego, en 1957


De esta marcha opiné en Patrimonio musical en 2006. Hoy diré que por casualidad me he encontrado que aquella respuesta fue felizmente usada luego en otros foros, más tarde, pero en verdad lo he descubierto por ociosidad. No obstante las cosquillas de revisitar a un viejo amigo me han traído a repensar esta marcha aunque la cosa se me ha quedado muy pareja con lo que había. Casi no me aporto nada al respecto y me limito a mucho copiar y pegar. Sepan perdonar el conformismo de pensar hoy igual que hace cuatro años. Mientras lee (quien lea) puede darle al play y escuchar la interpretación de esta marcha a cargo de la banda 'Miguel Garrido Aldomar' de Cádiz a la salida de la Virgen de la Esperanza de San Fernando. El más quisquilloso y que esto del directo le sepa a poco podrá escucharla en interpretación de la Oliva en su disco Sevilla llora de 1998. El que la quiera, ya sabe.

Centrándonos en esta de ahora, la marcha es muy de la España de entonces. De cuando la compuso el de Huévar. Yo cuando era más joven decía que su tiempo era cuando las heridas parecía que empezaban a curar. Pero no mucho. Aquella España cincuentera aún era mucho de pus pero no tanto de miasma. Por eso la marcha no es fúnebre; triste, tal vez. Eso sí. Entonces y ahora resalto lo mismo: ese matiz que introduce Borrego en una marcha que, como ninguna otra, debía llamarse Salus infirmorum. Lo digo porque no veo yo la marcha compuesta pensando en una imagen sino en una advocación. Por mucho que en los papeles ponga lo que se quiera poner. Sigo con la cita: 'Borrego utilizaría como pretexto cualquier cosa que le permitiese exponer y desarrollar una idea, la suya. Y si de la Virgen de la Salud se tratase, a Ella se la dedicaría pero lo haría pensando en los enfermos, los que estuvieran tan necesitados de esa salud a la que nos creemos que le escribe Borrego'. Y a partir de aquí me repito así que copio y pego: 'vemos que [Borrego] ya empieza a jugar con los conceptos. Borrego plantea entonces una marcha aparentemente fúnebre. Consigue engañar al incauto que se conforma con las dos grandes divisiones: fúnebre o con cornetas a la que recurre el vulgo. Juguetea con los conceptos, repito, y se entretiene en asomarnos al abismo de las creencias y las certezas. Pero estamos equivocados. La marcha no es fúnebre. ¿O sí? Una y otra vez Borrego parece no decantarse por una respuesta o la otra. Aunque no lo considere problema de definición sino, más bien, de intereses. No le interesa caer en el dramatismo fácil, sencillo y recurrente de la muerte (...) ¿Para qué? Otros muchos ya lo hicieron. Y más serán los que sigan haciéndolo. Y no es Manuel Borrego, según lo voy descubriendo, un autor conformista y, ni mucho menos, común. ¿Por qué hacer lo que todos hacen?

No hablemos de la muerte; no escribamos sobre la muerte sino, mostrémosla, enseñémosla para reconstruir toda una obra que, aun girando en torno a ella, no la tenga por protagonista. Recurre Borrego (corríjanme los expertos en la materia de aquel foro, claro) entonces a un recurso muy postrero como es la maza en plato que aporta una vibrante tensión al momento ¿final? Vuelvo a decirlo: no. De momento final, nada. Creérselo sería echar por tierra la enorme labor de Borrego, simplificar su esfuerzo y reducirlo a la habitual mediocridad del resto. Manuel Borrego, una vez que ha mostrado los afilados y fríos colmillos de la muerte da sentido a la marcha hablando de los enfermos'.Entonces cité a Mateo, que decía de la marcha que 'es preciosa, el final de la marcha cuando los bajos reproducen la melodía anteriormente descrita por los instrumentos de timbre agudo...', recurso al que luego yo me sumé acomodaticio diciendo que era el que daba sentido y, por tanto, título a la marcha. Decía y digo que 'el tema final es en el que aborda Borrego esa idea principal de la que hablamos. Repite varias venes la misma melodía, comenzándola antes de que termine como si de súplicas que se formulan se tratase. Las maderas se convierten en metáfora de la humanidad doliente y sufriente. Y más en aquella España, como decía al comienzo, de heridas bastante recientes. Muy de la España de entonces, con el recuerdo fresco en la memoria de hospitales con salas comunitarias de las que nacían súplicas semejantes (aunque reales) a la que Borrego plasmó en un pentagrama. En el tema final desarrolla Borrego la súplica nacida de la falta de salud que da, como decimos, sentido y título a la marcha. Hablábamos antes de su dedicatoria. Pudo Borrego haberla titulado Virgen de la Salud, o Nuestra Señora de la Salud. Pero no lo hizo; recurrió a la letanía, genérica y acogedora que no distingue de hermanos y no hermanos: salud de los enfermos. De todos los enfermos. Esa Virgen buena y tierna que no es ninguna y lo son todas y que atiende, al final, por muy oscura que nos haya parecido la vida, a todas las súplicas que se le formulan. ¿Qué sino eso es esta marcha de Borrego?' Y poco más. Acababa y acabo diciendo que me gustaba la marcha por su aparente sencillez. De ahí parte de su grandeza. Y me gusta porque Borrego vale más por lo que dice que por cómo lo dice. La prueba es que muchos siguen sin entenderle.