Miras y le ves el mismo océano alrededor a las islas de los que te rodean y te alegras porque entonces lo que está por venir son los tiempos mejores. Los náufragos los vamos esperando, a vapor, humo que se nos echa encima. Unas veces se te acerca uno, todo maquinaria que funciona con dificultad pero pronto te das cuenta de que a la palmera de dos islas más allá le crecen los dátiles sin náufrago ya que se los arranque y entiendes que el humo que ves alejarse no son tus tiempos mejores, que los tuyos aún no han llegado. Entocnes pienso que con la camiseta de náufrago que me queda del naufragio me voy a hacer una bandera y la voy a ondear. Luego que es mejor quemarla, que vean el humo de mi isla. Mientras, siempre, te puedes mojar la cara, que te quede la sal y ya decides. Así el sol va saliendo y se sube al cielo que lo pone casi blanco de fuerza que no puedes mirar y luego se vuelve a bajar. Con milimétrica precisión en la isla te aprendes su camino y no ves humo. Cada día hay más dátiles en otras islas y empiezas a pensar que los tiempos mejores no es cuestión de tiempo sino de otras cosas. Pero eso yo no lo sé. Yo aún creo en los cuentos infantiles, de final feliz. De pequeño leía los libros de El barco de vapor. Eran blancos, o eran azules, o eran naranjas. Lo que pasa es que ahora son amargos. Pero los cuentos siempre tienen final feliz. Que te lo digo yo. De hecho, ayer mismo se lo decía a Loles.