3 de diciembre de 2010

Los tres

Fotograma de 'Canino', de Yorgos Lanthimos

El cine fue una oscuridad soporífera de calor y una maquinaria desconocida y ruidosa como antiguamente. Pesada y lenta pasaba los fotogramas de una película que apenas cabía en la enorme sábana blanca del Apolo y el aforo se sabía el final pero iba por estar. Porque estar en estas cosas es estar en el mundo. Un mundo de provincias así como asfixiante pero un mundo como otro cualquiera para estar en el mundo, vamos. Así que había puretas con aire de rebeldía vieja, que hablan de Serrat o de Marcos Aguinis y se acuerdan de cuando sus protestas, esa justificación ante el mundo del porqué de la grandeza de su generación, y protestaban en La Crónica para que se llevaran los depósitos de la Campsa. También salían del cine jovencillos lectores de Federico Moccia pero a estos los dejaron aquellos sin depósitos por los que protestar y por eso ahora parece que la juventud se conforma. La fauna era esa y la flora algún que otro Erasmus despistado. La calle estaba desierta. Lejos, en el Veracruz, las tostadas aún eran pan que no había llegado -o bollos congelados- y los tres amigos nuevos se perdieron buscándose la calle de suelo esponjoso y la noche se alargó al relente y a la plancha, al humo sucio y los tiznajos de niño de la calle cuando las mujeres aún ponían verduras casi donde se ponían siempre hace un siglo. Y se pasearon al frío cobijo de una de las primeras noches de diciembre, con otra conversación de la mano a la que le flotaban como restos de un naufragio (perdón por la poca originalidad) las dudas y las risas. Luego cada uno se acostó pensando siempre lo peor.