9 de diciembre de 2010

Se ha muerto un cura bueno

José Guerrero Martín, en las Puras. Daniel Pérez

Se ha muerto un cura bueno. Con sus cataratas sin operar. Y ya no lo vemos en la rampa, esa cuesta dudosa que es Almería yendo a las Puras, jubilación plácida y quieta de aquella jornada laboral de párroco del Sagrario y párroco que era de toda la Catedral cuando la Catedral era una parroquia de piedras viejas y viejas dentro. Ahora allí todo sigue prácticamente igual pero a la cuesta abajo de su casa ya no le vemos el paseante lento y tranquilo que se dobló un poco para ser más él aunque fuera al final, despues de ser tanto para otros. Y su esquela dirá que deja hermana. Pero se olvida de decir que deja el recuerdo de sus homilías y sus silencios. O la duplicidad del Cabildo que le tocó. Su chispa, su humor inesperado en un cura viejo que siempre me pareció viejo. Su inteligencia. Su todo ser escueto y nunca quedarle nada por decir. Su iglesia y su tiempo que se lleva. Cuando se muere un cura bueno, ahora la pompa de la Catedral me hace hasta gracia. Va camino. Abrirán la puerta al claustro y ya no estará caliente. Estará frío el hombre. Con sus cataratas sin operar pero viéndolo todo. Y no sé si lo enterrarán con sus gafas, caracoles espesos que le dejaban ese sabor de boca que todos le recordamos pero la caja estará allí, junto a las flores que no ve. Una caja de madera estupenda para que te despidan los que hoy vayan a verte, cura bueno, cura que siempre quisiste a esta familia, cura que no te quisiste ir sin despedirte, en Santiago, una tarde, en un banco, con esas cataratas echándole persianas a la vida de la que te has ido sin que te operen de cataratas. En la calle General Castaños no mirarás más el suelo, seta que al atardecer brotaba, despacio. Ya no. Ahora sólo nos queda hablar de ti. De usted, perdón, don José.