Que ni el dedo corte la conversación. Y a San Juan se le disparan los índices, se le ponen tiesas las falanges, prietas las filas, recias, marciales nuestras escuadras van mientras a María le pone negras con puntillo Julio Vera sobre el papel. Porque según los historiadores y otras parrafadas al calor infantil y feliz del disco aquel que yo era en el 94, a las tardes pocos discos más le hacían falta para que los escucháramos y nos fueran saliendo los pelos de la barba en cofrade cuando los respiraderos del Cautivo (los de San Román) estaban al fondo, a la izquierda, y salíamos de allí y abríamos los cajones y en los cajones siempre había algo que en cofrade nos hacía abrir los ojos. Entonces las marchas eran títulos poéticos o escuetos y poco más. No había conciencia de que pudiera existir otra forma de escucharlas que yendo a la casa de hermandad o aguardando el santo de alguien a quien le regalaran una cinta que tú te grabarías luego haciéndole la puñeta a Andrés Felices. O viniendo la banda, como cuando vino al Apolo, que la trajo los Estudiantes, con los solos, la inocencia y ese despertar que luego ya no fue igual cuando vino con Pasión porque es verdad que las cosas, cuando son, ya luego no son nunca iguales. Pero yo esas cosas entonces no las sabía, feliz en la carrera armamentística con la que crecí en la fría guerra de trincheras que era el disco ansiado que podías ser tú el primero en tener o ser otro, en función de si te llamabas José o Paco y las menudencias del santoral y el calendario. Así que En tus lágrimas, Amargura y otras marchas de aquel disco de Triana fueron cuajando muchas tardes disntintas a estas. No fue el primer disco, claro, pero sí del que me vengo a acordar ahora. Qué cosas.