3 de febrero de 2011

Cuando juegan las grandes

Si no quieres caldo toma dos tazas, hirviendo, a la desesperada, frustrado el fútbol contra el muro. No hay año que la cosa no se salpique de debate, un debate que el fútbol mancha como manchaba el alquitrán que traía la marea los días de verano y luego supimos que era chapapote cuando fuimos a limpiarlo a Galicia. Una vez le jugó el Barcelona al Almería de Emery un soleadísimo Domingo de Ramos del que se hablaba de calles vacías cuando el Barcelona tampoco era el Barcelona de ahora. Y aquel Barcelona sí es verdad que empezaba a serlo pero lo de las calles vacías no lo era porque es imposible y las cofradías se decían por la noche en la calle Navarro Rodrigo lo de que, cucha, pues al final lo de que jugara aquí el Barcelona no ha sido para tanto y un nazareno con antifaz de terciopelo apostillaba: no es que no haya sido tanto; es que no ha sido. Directamente. Y entonces yo creo que era Alejandro Mengíbar el que llamaba al paso y el caballo se volvía a Regiones pero lo mismo ni siquiera aún venía. No sé. Pero el fútbol era una Semana Santa más tema de debate o preocupaciones como cuando preocupaba de verdad cuando yo era pequeño. Entonces sí que se le tenía miedo a un partido de España que te plantaban un Miércoles Santo por Televisión Española, que era la única aún y cuando yo llevaba la capa azul y pasaba por el Montenegro veía que España jugaba contra alguien y las calles no se resentían y entonces las cofradías dijeron que no había que temer. Y dejaron de temer hasta que empezaron a hacerlo de nuevo. El miedo es así, que lo mismo que viene se va. Imagino que cuando se enciende la luz o se apaga, lo típico.


Ahora este año ha llegado el que llaman clásico, que yo me pensaba que era el Emir cuando se hace la raya y se echa espuma y se echa a la calle para ver cofradías pero no, el clásico es un partido entre el Real Madrid y el Barcelona que este año le llega a los cofrades en dosis intensas: el Sábado de Pasión en liga y el Miércoles Santo en la final de la copa del Rey. Así tan seguido la cosa tiene su lado feo y su lado atractivo, claro, pero para las cofradías que son algunos cofrades que son todo pasión pero pasión por el fútbol la jindama que le entra es menuda. Los pasos, ay, sin quien le dé los pasos por debajo que los lleven y los traigan, los cirios sin alguien que los oscile y los parta despistado, las bullas sin apreturas, las petalás sin manos. El fútbol derrotado por la masa callejera que prefiere comer pipas viendo al Señor sudar sangre se ha propuesto entrar en la chatarrería otro año con el mismo éxito, como cuando mi primo fue a la Virgen del Mar a pedir fecha para la boda y se la dieron en un Madrid-Barcelona y mi primo se frotaba las manos de pensar en cubiertos que se iba a ahorrar. Y a la boda no faltó nadie, porque en Almería comer pipas o cenar gratis es sagrado. Por eso en Semana Santa las cofradías mandan por delante de la Cruz de guía al fiscal de cruz y al que va vendiendo pipas.