Dolores, baja, mi vida. Y tráete la boca esa que tienes, puesta. Tráetela pintada del color de las brechas por las que se le empieza a escapar la vida al Cristo de las Penas de Regiones. Baja sin prisa pero tráeteme a mí, llévame puestos los zapatos que mejor te traen y te llevan y, si eso, no me olvides por el camino ni me vayas olvidando. Dolores, baja, mi vida. Y ponte las lágrimas de cristal que me gusta enjugarte de esa alegría tonta que no sabes ni porqué te florece. Baja ya, Dolores, que aquí sabes que te espera el que te trae la boca para ti, las manos tuyas, los vestidos tuyos que me gusta olerte del revés, Dolores, que lo sabes. Yo espero. A la calle voy a ir poniéndole, mientras, las farolas. Ve bajando, que termino. Que haces que me gusten los tientos, y yo verte, porque eres el satélite que menos sonríe cuando las farolas arrojan esa luz anaranjada que te mira de refilón cuando todos los aós, más o menos a la misma hora, yo me siento morir al verlo Muerto. Luego, si eso, en la calle te digo, Dolores, lo de tu teja, a la que le rezo. Recuérdamelo ahora, cuando bajes, que te voy a enseñar el suelo que pisas y te voy a contar dónde había paredes que ya no están y nos vamos a ir a vivir la ciudad en la que vamos a vivir. Aquí.