Le caía esta tarde la lluvia a la ciudad con esa democracia que trae la lluvia inesperada y se llevan en sus blusas a casa las mujeres que salieron sin paraguas. Una gota, un voto, roal oscurecido y húmedo que pega la tela a la piel, aproxima lo textil que nos viene de donde los monzones. Todos (mal)tratados por igual, pillados por sorpresa, recrudecidos los tiempos tontos sin rebeca, con vientecitos sátrapas que traen las nubes o empujan las nubes o los días o las hojas de los almanaques que nos recuerdan que las ganas de quitarse el sayo son un nazareno con la sotana de un cura de pueblo y la capa, que bien le cae, blanca por mi calle en obras. Ya apenas queda, ya llega pero aún no es, que es la forma de ser que más dura. Pero eso lo cuento otro día. Te mando un sms y te lo digo. Ahora me seco el pelo. Hoy que ha llovido a la tarde gris de cielo así venía yo por la Rambla mirándole la tranquilidad a la ciudadanía y viendo la de zapaterías que hay en las esquinas de la Rambla con la del obispo Orberá y su prolongación cierta de Gregorio Marañón. Si la zona fuera antigua hoy sería la rambla de los zapateros, como los amatisteros se quedaron con la suya o los alfareros con la de las cofradías serias. La gente miraba los escaparates hace escasos minutos -o una hora- mientras llovía. Como si hubiese dinero de sobra para mirar escaparates. Irresponsables. Con la que está cayendo, pensaba, y vosotros con los derroches de cuando nos creíamos ricos con Aznar. Corred al refugio de una marquesina como la del Cervantes, que os pilla lejos. Corred, aunque os mojéis por el camino, mejor así: cuando lleguéis no sabréis si es sudor o agua de lluvia pero pensaréis: qué bien se está aquí.