21 de mayo de 2011

Hoy mismo y un poco de ayer

Me paseo por la calle con cinco libros. Paso por la plaza de San Sebastián, repleta de niños y madres, que ocupan las sombras de hambre que a mediodía dejan los pobres cuando las monjas empiezan a dar de comer. Voy a ir a la cárcel y quiero entrar instruido, versado, ya que no tengo para satisfacerme un letrado, que al menos yo le entre a la penitenciaría con la ilusión de otras páginas. Voy a ir a la cárcel y allí me tendrán que llevar tabaco, los domingos, los que me lleven tabaco a la cárcel. Porque estar en la cárcel y que no te lleven tabaco a la cárcel ni es condena ni es nada. Pues allí que voy a penar yo, en ese penal al que voy a ir y que dicen que los gatos se comen la comida de los presos. Decir preso es más bonito que recluso, ¿a que sí? Que me llevan preso, mamá. Y todo por un gato que tenía el ojo derecho verde, clarito, de una claridad de canica y el otro azulado, celeste y enfermo. Agachado sin prisa, en la sombra fresca del callejón, la mañana del día de autos. Me pasan cosas de un interesante que ni yo me lo creo cuando cuelgo. Tenía derecho a una llamada.